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De Loisón a la Constitución por Los lados de Placentines.

Y me eche andar calle abajo -- o calle arriba, que da lo mismo cuando no se está yendo a ninguna parte -- por Mariano de Cavia, Harinas y Castelar y Garcia de Vinuesa; más parece caminar el alfabeto que las calles y no importa de cual a cual esquina que los rumbos por aquí son de solo pasos y de un salto bien corto y parejo, se va de acera en acera, precisamente a ésta , la del portón de la casa de Don Juan de Arfe, (1535-1602) insigne órfebre, autor en 1580 de la Custodia Magna de la Catedral... y me quedé pensando -- ante la portada del noble artesano, cerrada al parecer desde siempre, en su custodia monumental y en mañana, domingo, alli a la vuelta, fiel devoto en misa mayor, en la Capilla de los Reyes, Día de San Fernando -- en comulgar bajo el destello de las piedras preciosas, el oro y la plata de la custodia de Arfe, y el majestuoso abrigo de la capilla más sagrada de toda España, recibir la bendición nuncial, que no recibiré ninguna más mística que aquella, la última recibida en un Domigo de Gloria, Semana Santa de 1948, cuando jugaba a monaguillo y seminarista en los altares de la Basílica Primada de Bogotá. ¡ Oh, aquella hora cerca de Dios,tan sentida, que siento recibir de nuevo aquella bendición papal, trazada hoy, por el incienso de esta procesión de nostalgias, en otro siglo y otro Mayo.

Y ha llegado la hora de la siesta, que siendo las dos de la tarde y cuando todo trabajo acaba igual que la semana, en Sábado, toca detenerse a pensar en el vientre vacío y los pies adoloridos que nada saben del alma tan contenta y satisfecha. Detenido en Loisón, entretenido en la esquina de Garcia de Vinuesa en charla con Cristobal de Castilla y Fernández y Gonzalera, -- me debato entre Gambas blancas de Huelva, mariscos o trucha al Jerez con jamón de Jabugo, o una Chacina Ibérica o Lenguado al Pedro Ximenez, o, mejor sería un buen Solomillo Ibérico Mozarabe...¡ Vaya, me bastarían unas tapas Andaluzis !-- la verdad sea dicha, todo el gusto terminó en un, para luego, que de solo olores y muy sabrosos cubrí el merendón de las dos para seguir andando por Federico Sánchez Bedoya y meterme al camino del rio, luego de las estrechuras de los callejones sin nombre, la Avenida de la Constitución para llegar hasta Alemanes, y tropezar con la piedra ennegrecida de la Catedral. Allí esperan en mudez de siglos, las cadenas atrapadas en los pilares y esa enorme procesión de pontifices de piedra tallados entre los nichos góticos, que por ser de dia no caminan, que de noche sale la estatuaria a pasear por Placentines. (El intruso pavimento recién tendido de La Constitución -- de no ser por el apestoso olor a petróleo fresco -- aparece con una negrura tal que se creyera es la catedral derretida en una lánguida amalgama de cavas y añejamientos centenarios)

Catedral de Sevilla

La misteriosa portada, el bronce verde enmohecido, los ojerones tiesos de las aldabas, el entorno de las puertas falsas, todo es tan enorme, la más grande, en su tiempo, de todas las basílicas del universo. Hay que llamar a quien responda, por aquello de hacer ruido, perturbar la historia, en fin, por capricho porque se sabe bien que nadie acudirá, a la Puerta del Baptisterio (1436-1464) obra del arquitecto Carlin y Lorenzo Mercadante de Bretana y Millán, y , flanqueada por otra de igual suerte, a la de San Miguel (1436-1467). Las dos enormes puertas de bronce macizo, y la Puerta de la Campanilla, abierta que parece un milagro, parecen invitar al misterio de las cavernosas naves milenearias, y este viajero, detenido en los atrios sobre La Constitución, penetra la majestad de la basílica envuelto en majestuosos silencios de piedra.

Es la estatuaria de la Catedral de Sevilla, deslucida goterosa, avieso palomar, curtida por el irrespeto de las aves anidadas entre las mitras de piedra, las togas marmoleadas, los crucifijos tallados en troncos de rocas, la figura de los monjes, los abates y los reyes de todas las épocas -- son tantas las grietas y el despegar de las aristas hacia un azul desprevenido-- que parece imposible las hubiese tallado Mercadante sino la mano invisible del Arquitecto Divino. Solamente el tiempo parece atreverse a borrar los nombres, los numerales romanos y pegarle una mortal ceguera a las cuencas de los personajes y volverlos de veras, sepulcrales .

Bien lo sé. Me tomó toda mi vida llegar a la Catedra de Sevilla que sin tener que partir, ya siento dejarla atrás. Por un instante me encuentro rendido al cuento de una gitana zalamera y tendenciosa que asegura que llegaré a los 100 y entre claveles y deslices de faldas cobra euros a desmán leyendo cartas y derrochando sandeces que ni ellas misma se cree. Vaya por Dios, que la gitana se llevó mis euros, aunque para qué negarlo, la vi partir sonriendo y menos pobre, y satisfecho me quedé mirando su caminar ccimbreante y pensando en longevidades. Sigo aquí, a medio sentar sobre una piedra de esas plásticas de las paradas del autobus, descanso merecido , Instante tranquilo de contemplción bajo la Puerta de Jerez, entrada al Alfonso XIII , vigilada por un tal Maese Diego, cruce entre glorietas del encierro catedralicio, al final de la Constitución, sin protestar la resolana del verano que amanece tarde, que cubre todo de esa pereza que se gasta Sevilla, de no querer llegar a ninguna parte (2.45 pm 5.25.02)

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