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CORRESPONDIENTE
Locus difficilis (Home)
MD Ginecólogo. Poeta, Humanista,
Filósofo, Historiador, Periodista , Hombre de Paz, Insigne gestor de Semillas de Juventud Siglo XXI Miembro Fundador
de Naciones Unidas de las Letras
CÁTEDRA HUMANISMO MÉDICO I I LA IMPORTANCIA DE LA BIOÉTICA EN LA MEDICINA Y EN LA CIENCIA (27 de octubre del 2021) En la experimentación el hombre ha incursionado
en ligerezas éticas llegando hasta conductas criminales. No solo interesan de los genios las victorias, sino particularmente
la condición moral de sus acciones. La lección es que lo científicamente permitido desde la perspectiva
ética puede resultar censurable en la práctica si no se es en su aplicación irreprochable. No todo lo
científicamente posible es éticamente aceptable. En torno a ello, una disciplina llegó para poner límites
a los desafueros de la ciencia y la tecnología. Y en la asistencia médica no son menos importantes las reflexiones, de igual manera,
no basta una técnica impecable. Tratar médicamente al ser humano implica atenderlo íntegramente, calmando
la dolencia física y serenando su espíritu, porque la dimensión espiritual del hombre -aquello que no
es físico ni orgánico, que reúne lo inmaterial del ser humano: su alma, su psiquis, su mente, su intelecto-
no puede quedar abandonada. Quien
atiende a un enfermo no puede ser un desalmado, escribí en algún ensayo. Debe ser sin excepción benévolo.
Las cualidades que reclama el paciente son a la vez las que se esperan de la medicina: compasión, caridad, generosidad,
bondad, amabilidad, consideración, afecto, diligencia, que no son otra cosa que la expresión de la humanidad
en alto grado. El trato
humano pone en juego los principios bioéticos de aquella disciplina -algunos dirán que no la llamemos disciplina-,
que afirmaba que llegó para poner límites a los desafueros de la investigación. Y me estoy refiriendo
a la bioética. Si
bien el filósofo alemán Fritz Jahr se refirió a la Bio-Ethik en 1927, la paternidad del término
se concede a Van Renssenlaer Potter, bioquímico y profesor de oncología norteamericano. La designación
nació en 1970 de la mano de Potter, quien con su obra Bridge to future planteó un puente entre la ética
y la ciencia.
LOS TRIBUNALES DE ÉTICA
Alguna
vez y hasta no hace mucho tiempo el médico en Colombia fue intocable. Encumbrado a alturas que reconocían en
el profesional de la medicina una consagración a toda prueba, no parecía abocado a responder por sus errores
y sus faltas. Una aureola romántica rodeaba el ejercicio médico, la desconfianza no se había asentado
en la relación médico-paciente. Pero el médico es humano, luego falla, y así como es dueño
de encumbradas virtudes, puede ser, por fortuna excepcionalmente, poseedor de flaquezas que manchan la práctica de
una profesión impecable. Médicos
habían existido que, a la par con verdaderos apóstoles, habían faltado gravemente a la ética en
desarrollo de investigaciones científicas, y que en Núremberg juzgados, son ejemplo de una lista larga y vergonzosa.
También llegó un momento en el que el paternalismo no fue defendible y en el que la autonomía se impuso. Fallos como el célebre del juez Benjamín
Cardozo de la Corte de Apelaciones de Nueva York en 1914 "Todo ser humano de edad adulta y juicio sano tiene derecho
a determinar lo que debe hacerse con su cuerpo", cambiaron el ejercicio médico y le impusieron límite a
la práctica. La queja de John Gregory, profesor de Medicina de la Universidad de Edimburgo en el siglo XVIII, de que
"En la economía de mercado quien paga manda y quien cobra obedece, en la medicina quien paga obedece y quien cobra
manda", comenzó a transformarse. En Colombia la Federación Médica, presidida por Camilo Casas Santofimio inició
una campaña que tras varios años terminó en la expedición de la Ley 23 de 1981 o Código
de Ética Médica, sancionada por el presidente Turbay Ayala, siendo ministro de Salud el Alfonso Jaramillo Salazar.
Como producto de esa ley fueron creados en Colombia los tribunales de ética médica. En junio de 1982 se conformó el primer
Tribunal Nacional de Ética Médica con los doctores Camilo Casas Santofimio, Ernesto Martínez Capella,
Hernando Groot Liévano, César Augusto Pantoja y Fernando Sánchez Torres. Fue su primer presidente el
doctor César Augusto Pantoja. Hasta el año 2020 cuarenta médicos habían ejercido como magistrados
en el Tribunal Nacional de Ética Médica. Igualmente, existían 20 tribunales seccionales activos, creados
entre 1982 y el 2016.
LA PRESENCIA DE LA MEDICINA EN LA LITERATURA . Desde
la ficción o desde la realidad, en profundidad o tangencialmente, muchos escritores han incursionado en el campo de
la ciencia médica. Al igual muchos médicos han incursionado en el examen de las obras literarias. La locura
del protagonista inmortal de la obra magna de Miguel de Cervantes, por ejemplo, ha sido parte de ese escrutinio, que revela
la importancia que se confiere a las obras literarias en la descripción de los personajes enfermos y las dolencias.
Leyendo el Quijote puede aprenderse medicina afirmó un destacado psiquiatra. También se ha dicho que otro,
Sigmund Freud, aprendió español para leer el Quijote y poder comprender en el idioma original la locura del
protagonista. La medicina puede llegar a la literatura a través de cuadros del diario vivir, de relatos del envejecimiento,
de descripciones de enfermedades, de hechos ficticios y sucesos futuristas, de narraciones terroríficas de catástrofes
sanitarias, de la vida de protagonistas médicos y personajes enfermos, del interés del autor por presentar las
características psicológicas de sus personajes. Con la mención de Marcel Proust, Fiódor
Dostoyevski, Albert Camus, Bernard Shaw (El dilema del doctor), Mary Shelley (Frankenstein o el moderno Prometeo), John Michael
Crichton (La Amenaza de Andrómeda), sólo pretendo dar una idea del sinnúmero de escritores, de clásicos
a modernos que han dirigido su pluma a dominios que son propios de nuestro quehacer cotidiano.
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MI ÍNFIMO SER, MI MUNDO INFINITO Tan infinita es la creación que hasta
la Tierra que me parece inmensa no alcanza a percibirse en la enormidad del universo. La Tierra es nada en la grandiosidad,
y yo soy la nada de la nada. Y, sin embargo, en mi ser inapreciable el universo cabe. Cosas del Creador que domina lo infinito,
que da infinidad a todo lo creado: al macrocosmos y al microcosmos. Que hace caber lo gigante en lo minúsculo. No soy yo y el efímero instante, no soy
yo y la aparente brevedad de mi vida, no soy yo y el estrecho lugar que me envuelve. Existe dentro de mí un mundo espacioso
y profundo de sentimientos, pensamientos y sucesos infinitos: un universo entero.
No estoy circunscrito al tamaño inapreciable de mi ser, no existo en virtud
de la cantidad de seres que me adviertan. Existo por mí y para mí, tejiendo un entramado que con la lucidez
de mi razón y la fuerza de mi voluntad llegará a ser laudable o reprochable. Mi historia es más que mi diario, es la
de mis padres, la de mis abuelos, la de quienes me antecedieron y sembraron en mí sus recuerdos; la de mis hijos, la
de mis nietos, la de otros seres que llegarán para trazar, sin querer, mi futuro. Será el devenir en otro mundo
sin la carga la pesada de mi cuerpo.
Soy
la imaginación que no deja de zurcir pensamientos. Que reflexiona, concibe y discierne. Que fabrica ilusiones, y tal
cantidad de nociones produce, que si materiales, necesitaría un lugar inmenso para conservarlas. Pero en la mente infinita
de mi ser limitado se guardan.Soy un gigantesco manojo de afectos: de felicidad, de angustia, de dolor, de sueños y
preocupaciones. El mundo es enorme, mi ventura pequeña para que lo inquiete. Y aunque lo externo se vista de sombras,
mi cielo se tiñe de azul, y refulge. Es mi subjetividad, a la que la mano divina ha encargado mi dicha.
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Ejercicio Mental y creación artística En el lanzamiento de una de mis obras preguntaba, sin dar
respuesta, si la literatura era un fin o sólo un medio, y especulando, dejaba la respuesta al auditorio. Hoy, dispuesto
a abordar el tema, creo que debo resolverla. Tal vez no parezca difícil la respuesta. La literatura es, en mi opinión,
un fin cuando es la creación en sí misma el objetivo, y un medio cuando sirve de vehículo a otros fines:
cuando lleva un mensaje más allá del arte. Y es en este punto en que la distinción de la literatura como
fin o como medio se enrarece. La solución conceptualmente fácil, a la cuestión planteada, en la práctica
termina complicada. Pensaría, entonces, que la literatura goza, en forma sui géneris, de la doble condición
-un fin y un medio-; y que es más el escritor, que el lector o el crítico, el que resuelve en su caso particular
la duda, porque mensaje siempre habrá de descubrirse. Es el creador, a diferencia del crítico que cree saberlo
todo, el que sabe si puso arte a su mensaje, o si buscó un mensaje, como quien busca algún pretexto, que sirviera
de armazón para su obra. El pintor puede más fácilmente plasmar sin opinar, retratar sensaciones sin
que se comprometa la razón; el escritor habitualmente -¿habrá excepciones?- narra involucrándose,
produce ideas, manifiesta intenciones, defiende ideologías. Y es que la literatura es en últimas lenguaje, y
el lenguaje, comunicación. La comunicación es su función por excelencia. Sólo que cuando quien
lo utiliza lo engalana y lo convierte en expresión bella y brillante, nace la literatura. Hasta aquí la relación entre la
ética y la literatura no pasa de una disquisición conceptual, quizás inocua, en la práctica, sin
mucha trascendencia. Pero otro enfoque está relacionado con la función ética de la literatura, situación
en la que se convierte en medio para trasmitir principios y valores, y para defender enfoques relacionados con el bien y el
mal, la moral y las costumbres. No tiene que ser esa obligación de un arte, para ello bastaría el lenguaje corriente
simplemente, pero siendo esa función un deber moral del hombre, cuando la asume el escritor resulta forzosamente literaria.
Y como no hay campo humano en que la moral no esté presente, las acciones de los hombres entre alternativas morales
se debaten; y la literatura que escenifica esas acciones, lleva implícita la moral en su universo. Puede aparecer como
hecho fortuito, inopinado, pero también como tendencia del autor orientada a un fin edificante y formativo. Habrá,
desde luego, y por desgracia, autores que hagan apología del vicio y lo perverso. Los valores en las obras literarias pueden presentarse
escuetamente, pero con más frecuencia confundidos con la trama, y particularmente en el caso de la poesía, como
sentimientos, más que como argumentación y raciocinio, propios de la obras narrativas. Más allá,
de la defensa o exposición explícita de los principios, hay valores implícitos enaltecidos en los sentimientos
que se expresan, o condenas a comportamientos contra los que el escritor nos predispone mediante el manejo de nuestras emociones.
El amor es valor fundamental, y me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme que es el más extensamente abordado en
la historia de la literatura. Y
resolviendo en mi caso la pregunta, el ejercicio mental y mi creación artística van a la par, para mí,
sin lugar a dudas, la literatura ha sido un fin y ha sido un medio. Luis María Murillo Sarmiento MD
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MI ÍNFIMO SER, MI MUNDO INFINITO Tan infinita es
la creación que hasta la Tierra que me parece inmensa no alcanza a percibirse en la enormidad del universo. La Tierra
es nada en la grandiosidad, y yo soy la nada de la nada. Y, sin embargo, en mi ser inapreciable el universo cabe. Cosas del
Creador que domina lo infinito, que da infinidad a todo lo creado: al macrocosmos y al microcosmos. Que hace caber lo gigante
en lo minúsculo. No soy yo y el efímero
instante, no soy yo y la aparente brevedad de mi vida, no soy yo y el estrecho lugar que me envuelve. Existe dentro de mí
un mundo espacioso y profundo de sentimientos, pensamientos y sucesos infinitos: un universo entero.
No estoy circunscrito al tamaño inapreciable de mi ser, no existo en virtud de la
cantidad de seres que me adviertan. Existo por mí y para mí, tejiendo un entramado que con la lucidez de mi
razón y la fuerza de mi voluntad llegará a ser laudable o reprochable. Mi
historia es más que mi diario, es la de mis padres, la de mis abuelos, la de quienes me antecedieron y sembraron en
mí sus recuerdos; la de mis hijos, la de mis nietos, la de otros seres que llegarán para trazar, sin querer,
mi futuro. Será el devenir en otro mundo sin la carga la pesada de mi cuerpo.
Soy
la imaginación que no deja de zurcir pensamientos. Que reflexiona, concibe y discierne. Que fabrica ilusiones, y tal
cantidad de nociones produce, que si materiales, necesitaría un lugar inmenso para conservarlas. Pero en la mente infinita
de mi ser limitado se guardan.Soy un gigantesco manojo de afectos: de felicidad, de angustia, de dolor, de sueños y
preocupaciones. El mundo es enorme, mi ventura pequeña para que lo inquiete. Y aunque lo externo se vista de sombras,
mi cielo se tiñe de azul, y refulge. Es mi subjetividad, a la que la mano divina ha encargado mi dicha.
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En la entraña de un ser despiadado Hay hombres buenos, pero no se puede afirmar que la humanidad sea buena. Los seres
humanos buscan sus iguales, por eso el circulo próximo de quienes nos rodean tiene las virtudes que en nuestros semejantes
anhelamos. Pero vista la humanidad en la distancia, con la mirada que escruta los rasgos que sobresalen de la especie, la
sensación es deplorable. Hay
en el ser humano una propensión a atormentar, a sembrar angustia, a gozar con la intranquilidad ajena. La inteligencia,
que tanto bien pude brindar, también se aplica al mal con el exclusivo deseo de causar daño. La maldad y el
mal actuar son contagiosos, y asientan más en ciertos lugares de la tierra. Esta patria atormentada es por desgracia,
para el mal, un sitio predilecto, producto de las costumbres relajadas sin autoridad que las contenga. Roba el ser humano más que por satisfacer
necesidades, a sus penurias las supera la codicia; aplica el delito a los beneficios de la tecnología, sabotea redes
y sistemas de comunicación con el miserable objetivo de gozar con los estragos que produce; infesta las redes con información
que intranquiliza o que atormenta; proclive a lo incorrecto, orondo infringe la ley, y desde luego las reglas de la civilidad;
descortés e irreverente, puede por encima de toda consideración moral satisfacer sus pretensiones. Valora su
propio sentimiento y el ajeno menosprecia; indiferente o hipócrita defiende lo que a la vez quebranta. Así es
el Homo sapiens al vaivén de los malos hábitos y sin normas que lo rijan. Me ratifico, como algún día lo dije en un poema: Esa no era la criatura que Dios quiso poner sobre la tierra: en el soplo creador una mutación se
dio en alma, y
un ser cruel, sin bondad ni amor pobló el planeta.
Y más me aterro cuando siento mi profesión amenazada. Veo como médico
que hasta los cimientos más sólidos pueden ser desmoronados: la vida dejó de ser sagrada. Una degradación con ropaje progresista
conmina al médico a exterminar la vida. Las decisiones jurisprudenciales imponen al médico la obligación
de poner término a la existencia de quienes no han nacido y adelantar la muerte a enfermos crónicos y terminales.
No nos sentimos cómodos. Tales conductas trasgreden los principios con los que no formamos. Pero la batalla está
perdida, la fuerza del hábito, con su práctica repetida en tantas instituciones, ya hace ver normal a los estudiantes
de ciencias de la salud tantas afrentas a la vida. Los magistrados que encumbran la muerte con sus decisiones, imperceptiblemente se han vuelto
genocidas. Sobre sus fallos se erige la cultura de muerte, que pasó del autor vulgar a los quirófanos. Que va
horadando la sensibilidad del médico y anestesiando el corazón de todos sus discípulos. Gracias a las sentencias hemos llegado al feticidio,
atérrese el lector que no lo imaginaba. Matar un feto viable, con capacidad de vivir fuera del útero, para satisfacer
el deseo de una mujer que no anhela ser madre. Se paraliza in útero su corazón para que nazca muerto. Moralmente
nada hay de diferente que matarlo tras el nacimiento. Pero las autoridades miopes ante el feticidio obrarían, así
fuera con desgano, ante el asesinato de un recién nacido. La conducta es francamente criminal. Quien la realiza, más
si hay intereses de por medio, merece el repudio del cuerpo médico. El estado es negligente, antes que proporcionarle
cuidados a ese ser humano, entregarlo en adopción y respetarle los derechos que tan incesantemente pregona de los niños,
prefiere un asesinato ad portas de nacer. La humanidad no se da cuenta, pero va en pos de su propia perdición. La indiferencia con la
vida y la felicidad ajena es la puerta para la propia desventura. Luis María Murillo Sarmiento MD.
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PROLOGO ESTE NO ES MI MUNDO Poemario deLuis Ma. Murillo Sarmiento
Fiel a los conceptos sagrados inspirados por el dios délfico, dios de la pureza, Luis María Murillo Sarmiento
ha dedicado su vida al cumplimiento de su juramento hipocrático. Así juró por Apolo, por Esculapio, por
Higía y por Panacea y por todos los dioses y diosas, que cumpliría su misión de médico: "Si
cumplo con este juramento y no lo violo, que pueda gozar de mi vida y de mi arte, honrado por la fama entre todos los hombres
por todo el porvenir; pero si lo rompo y he jurado en falso, que lo opuesto sea mi suerte". Será la historia de
la medicina contemporánea la que haga perdurable su entrega y dedicación a la práctica de su especialidad
en Ginecología y Obstetricia. Protagonista y testigo de más de tres décadas de medicina colombiana, Luis
María, afirma en la introducción a su obra "La deshumanización de la salud": contar con el
privilegio de "haber visto desde primera fi la sus transformaciones profundas e impensadas, y contar con el abatimiento
y las satisfacciones que se sienten al ejercer el noble arte de aliviar y de curar". Infatigable en el desempeño
de su profesión, Luis María recorre todavía los senderos de su disciplina, hoy, como nunca antes, controvertidos
y discutidos, y lo hace con pureza y humildad, como le enseñó su padre, Luis María Murillo Quinche, pionero
de la represión biológica de las plagas, iniciador en 1927 de la Entomología Económica en Colombia,
y fundador del Servicio de Sanidad Vegetal en el país, en honor suyo, escribió y publicó: Del oscurantismo
al conocimiento de las enfermedades infecciosas, obra que dedicó: "A mis progenitores, artífices de mi
devoción, a la historia, a la ciencia". No es entonces arrogante describir su noble existencia como la de un fi
el pupilo de los grandes maestros griegos. Sócrates, maestro de Platón, quien a su vez fue el maestro de Aristóteles,
debió haber sido el docente que en otros tiempos, cuando Luis María transitaba en años luz los caminos
que lo conducirían hacia su vida terrenal, colocó en su ruta la estrella de su destino profesional. Con Sócrates,
y para ungirlo con el símbolo de la poesía, el periodismo y la investigación científica, sus otros
talentos, Mnemosina preparó su memoria, Calíope, su perfil épico, Clío, su historia, Euterpe,
el lirismo de sus versos, Melpómene, la tragedia de su tiempo futuro, Terpsícore, la música de sus rimas
y Erato, el amoroso latir de las campanas de su alma. ¡Ah! Y no faltaron a su nacencia de siglos, las Gracias. Ellas
quisieron acompañarlo y bautizarlo en el amanecer de un día de 1956, cuando posó su planta de viajero
sideral en tierra bogotana. No es imaginación mía. Estoy convencido del origen divino de toda criatura humana,
confirmado en nuestra fe cristiana: Somos Hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Creyente fi el del dogma, también
lo soy de la sabiduría del Creador como Poeta del Universo mismo, inspirador de nuestros sentimientos. De Él,
heredamos esa fuerza que debemos llamar sobrenatural, que nos asiste en nuestra gesta intelectual. Hombre de contrastes y
rarezas, Luis María lo es en el sentido estricto del significado de la palabra Poeta. Amigo sin condiciones ni exigencias,
su afecto y sencillez raya en la candidez y la ingenuidad de un niño que aún no sabe pretender ser grande. Su
timidez es de estrella que parpadea en el azul de su reino, sin nubes, pretende no ser visto. Su fuego interior, estalla en
palabras justas y medidas, precisas en el halago, y creativas en el análisis que hace de la vida y obra de sus colegas.
Lo hace con sabiduría de campesino viejo, modesto y justo. Es Poeta, no de aprendizaje casual de nuestro idioma. Lo
es por ser estudioso formal de sus raíces y su estricta consonancia con los dictados académicos que señalan
su pureza. De ello da prueba su prolífica obra literaria. Cómo no viajar entonces por el escenario de sus fantasías
de bardo sumergido en el dulce y provocador escenario de Paola en "Nuestra Primera Cita", cuando sus labios estamparon
en su mejilla un beso y él se halló buscando manantiales de esperanza. "Cartas a una Amante" (2004).
Cómo no viajar sus senderos de "Amor y ausencia", esos que trazó en su poemario del mismo nombre,
para dejar "Mis nostalgias y mis sueños" (...) "Bajo el arrollador influjo del amor... la realidad pierde
su esencia (...). Cómo no dar paso a la Razón y el sentimiento, "Intermezzo poético" (2008):
"A mis hijos, la savia de mi vida", "(...) cuando las flores cuides en mi camposanto / su fragancia exhalará
mi aliento / para que sepas, hijo / que desde el cielo / por ti sigo velando". Cómo no perderse en los laberintos
"Del Amor, de la razón y los sentidos" (1997), "para delectación de un paisaje, goce de un tono
melodioso, placer de una caricia (...) dicha de un corazón que del amor se embriaga, elación de un pensamiento
que afirma la razón". Cómo no cuestionar a la muerte "Que por igual redime y entristece", "Seguiré
viviendo" (2007), y sentir que se es "ligero, como con alas volando al infinito... ¡Si muero... mis razones
seguirán viviendo!" Cómo no leer y releer su "Epistolario periodístico y otros escritos",
dedicado a "Luis David y Juan Felipe, maravillosa prolongación de mi existencia", obra en la que ejerce,
en sus propias palabras: "El derecho inalienable a la opinión, íntima vocación personal y tradición
de mis ancestros, (...) como testimonio del ambiente aún propicio a la difusión de las ideas (...) lúcido
en la búsqueda de la verdad y altivo al expresar la exquisita rebeldía de la razón..." Cómo
no abrir un nuevo capítulo y titularlo, en límpida consonancia con su trayectoria médica y literaria,
ESTE NO ES MI MUNDO. No siendo el planeta Tierra la última parada de nuestra gran jornada
de viajeros del tiempo, error sería considerarnos dueños suyos. No lo somos. Luis María Murillo lo interpreta
así. Él cumple solamente con el deber que le impusieron los dioses en aquel instante de su concepción
parnasiana, cuando asistido por las Gracias, emprendió el viaje que lo condujo a la estación Tierra, la más
pequeña y pasajera de todas las estaciones de la vida, antes de emprender nuevamente el viaje de su continuidad y regreso
a su origen. "Este no es mi mundo", es el poemario más profundo y razonado de la vena poética de su
autor. En su breve pero inmenso contenido filosófico, Luis María define al "Hombre mortal y trascendente";
cuestiona, "¿Dónde están las almas nobles que partieron de la tierra? ¿Por qué están
tristes quienes este cuerpo miran? ¿Por qué hay tristeza ante esta masa inerte? ¿Por qué sufren
cual si la vida de un soplo se apagara?"; explica el vehículo de su tránsito terrenal; quiere quitarle
años a la vida; sueña "Que se erija la paz entre los hombres"; lo ve como señor y esclavo;
y cree que el tiempo de la hoz y del martillo quedó atrás, que todo es soberbia inane, apariencias y gozos solapados.
Nombro así algunos de los poemas de esta obra que otros escritores interpretan en las páginas de introducción
y comentarios que se publican en esta primera edición del poemario citado. Mi objetivo principal como su Editor, es
ser universal en la presentación de la obra de Luis María. Dueño de un espíritu definido por él
mismo, como reflexivo, sus creaciones "disciernen, critican y entran en controversia en defensa de sus propios valores,
de un ideal, de una verdad, de un criterio moral, de un pensamiento". Consciente de ello, y para consagrar su pluma
de médico y poeta, viajero del tiempo, "Este no es mi mundo" incluye la presentación gráfica
descriptiva de la obra completa publicada por Luis María. La lógica de su filosofía y la veracidad de
sus afirmaciones, siempre presentes en su extensa obra literaria, siguen siendo oportunas y aplicables a la actual condición
humana. "Mientras el hombre ignore el infinito que lo rodea, no tiene derecho a despojarse de Dios, y cuando sea dueño
de la sabiduría que encierra ese infinito, entonces tendrá seguridad de Dios". Existen suficientes razones
para considerar la sabiduría de esta manifestación de Luis María Murillo Sarmiento. Resume su sentido
de paz y armonía para la humanidad y lo convierte en un hombre sabio y prudente que merece la perpetuidad de su credo.
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Locus difficilis (Home)
LAS DECISIONES DE LA CORTE
CONST0ITUCIONAL, UNA MANIFESTACIÓN MÁS DE NUESTRA DECADENCIA } Las manifestaciones de desprecio, una constante
de nuestro siglo, parecen que son la manera de empoderarse el hombre. Derribar cuanto luce sobre los pedestales hace sentir
al hombre poderoso, amo y señor de cuanto a su alrededor ha sido trascendente. Se destruyen valores, porque los valores
son los cimientos de la estructura moral que quiere demolerse. En pos del progresismo y la vanguardia el ser humano va construyendo
un mundo más precario que en su degradación le pasará factura, cuando ya sea víctima de su propio
invento. Celebran los defensores del aborto un fallo que consagra
una vez más la cultura de la muerte, del irrespeto a la vida que un día creímos urdida solamente en mentes
criminales pero que hoy y para nuestro asombro se gesta en el juicio de quienes moralmente debieran ser ejemplo. La potestad
sobre la vida es un delirio del hombre prepotente que quiere equipararse a Dios, pero cuyo poder exiguo tan solo alcanza para
destruir lo que sus ínfulas crear jamás podrían. No alcanzo a comprender que en temas tan complejos y
sensibles, la suerte de tantos esté en manos de tan pocos, y tan poco sabios. Un referendo sobre la despenalización
del aborto hubiera sido más prudente. La decisión de los
magistrados que impusieron su parecer en la sentencia es de franco desprecio por la especie humana, que contrasta con la protección
de la vida animal que en otras ocasiones la Corte ha manifestado. Hace
falta sensibilidad para trascender la frialdad de una norma y adentrarse en el impacto de sus consecuencias. Resultado de
la sentencia anterior, C-355, hoy se practican feticidios. Se ha llegado al punto de asesinar in útero fetos de más
de 30 semanas y cercanos a su nacimiento para complacer las ansias de exterminio. Que nazcan muertos para que el Estado no
tenga que prodigarles los cuidados que les permitiría sobrevivir con ayuda neonatal. ¿Qué clase de moral
practican quienes lo realizan? Estamos viviendo la Alemania nazi de Mengele. A ese punto ha llegado la degradación
del país estimulada por las decisiones de la Corte: liberal hasta sumir a la sociedad en la anarquía. En los aspectos médicos no voy a detenerme, suficientemente han sido puestos en
evidencia por mis colegas los errores. pero sí sorprende que los magistrados pretendan saber más de medicina
que los médicos. Resulta inadmisible que el médico, que por tradición cuida la vida, resulte graduado
por la corte de homicida. Luís María Murillo Sarmiento
MD.
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- EUTANASIA, LA HISTORIA
DE UN PENSAMIENTO AFÍNA TERMINAR LA VIDA Luis María Murillo
SarmientOMiembro correspondiente
Academia Nacional de Medicina de Colombia
Menos polémica que el aborto provocado, la práctica de la eutanasia, con una
antigüedad contraria a la percepción de ser una concepción reciente, es un tópico sensible que bajo
un ropaje de compasión y humanidad alberga profundas contradicciones con el que ha sido por siglos el propósito
de la medicina: cuidar y defender la vida. Pero
más que abordar en este escrito la polémica de la eutanasia, que en mi reconoce a un médico que comprensivo
de la angustia de quien la solicita, pone todo su empeño en el cuidado paliativo, al no tener corazón para aplicarla,
quiero navegar en las aguas de la historia en pos de hechos que demuestran la existencia desde la antigüedad de un pensamiento
proclive a terminar la vida. La muerte sin sufrimiento
físico es justo anhelo. ¿Quién puede no desear la muerte buena? Pero no por adelantarse en prevención
de sufrimiento, no por retrasarse prolongado la vida encarnizadamente (distanasia), no por interrumpir tratamientos para que
la muerte ocurra sin intervención ni ayuda (ortotanasia) la muerte es necesariamente buena. Tiene la eutanasia mucho de suicidio. Bien puede pensarse en ella como un suicidio
mediante mano ajena. Discurren ambos por un idéntico camino: la muerte por la propia voluntad, pero difieren por quien
la lleva a cabo. No obstante, hay una distancia abismal entre sufrir la muerte y provocarla. Y más aún, si en
vez de la eutanasia compasiva nos referimos a la eutanasia eugenésica que no tuvo cabida solamente en la Alemania nazi.
Siglos atrás los espartanos ya habían hecho rodar por el Taigeto a los niños malformados. Siglos atrás,
IV centuria a. C., Aristóteles considero lícito el abandono de los recién nacidos deformados y Platón
en La República, dejar morir a quienes corporalmente no eran sanos. Para los estoicos la mutilación y la enfermedad
incurable y dolorosa fueron motivo del suicidio y la eutanasia. Como
término, la eutanasia apareció en el siglo I en un escrito del historiador Cayo Suetonio, siglos después
de que la idea hubiera ocupado la mente de muchos pensadores. Plinio el Viejo, escritor y militar romano en ese mismo siglo,
elaboró la lista de las enfermedades a considerar motivo de eutanasia. Entre los musulmanes, Averroes (siglo XII),
médico y filósofo, también la defendió con ahínco entre los judíos y los cristianos,
en los que por el contrario, no tenía cabida. Muy
afines han sido suicidio y eutanasia. Lucio Anneo Séneca, suicida inmortal del siglo I antes de Cristo, fue defensor
de la eutanasia. y escribió en sus cartas sobre terminar la vida: "No se debe querer demasiado a la vida Ni odiarla
demasiado, sino buscar un término medio y ponerle fin cuando la razón lo aconseje". Desde el punto de vista médico, redactado por Hipócritas o sus discípulos,
el juramento que lleva su nombre, anterior a Séneca, se ha perpetuado por más de 20 siglos. En él la
vida humana es objeto de absoluto respeto. Dice el juramento: "Jamás daré a nadie medicamento mortal, por
mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo. Por el contrario, viviré y practicaré
mi arte de forma santa y pura". En 1948 inspirado en el hipocrático, la Convención de Ginebra redactó
un juramento que tradujo el anterior precepto en "Tendré absoluto respeto por la vida humana". Adoptada la
Convención de Ginebra por la Asociación Médica Mundial, esta promete hoy al respecto "VELAR con
el máximo respeto por la vida humana". La
existencia humana, vista habitualmente por el médico a través de la historia como un absoluto que tiene a cuidado,
ha sido relativa dependiendo de quien la sufra o la disfrute. En
1516, Tomás Moro, el santo, se refirió a la eutanasia en Utopía, su obra cumbre sobre un Estado ideal.
Los habitantes de su imaginaria isla aplicaban la eutanasia a los enfermos incurables y el autor la consideró un acto
de sabiduría, religioso y santo. Años después, pero, aún en el Renacimiento, Francis Bacon consideró
como función del médico aliviar el sufrimiento, incluyendo en ella no solo la curación, sino la muerte.
Y dio a la eutanasia el significado actual de apresurar la muerte del enfermo. En el siglo XVIII David Hume puso en duda los mandatos religiosos que impedían la eutanasia.
Argumentó al respecto: "Si disponer de la vida humana fuera algo reservado exclusivamente al Todopoderoso, y fuese
infringir el derecho divino el que los hombres dispusieran de sus propias vidas, tan criminal sería el que un hombre
actuara para conservar la vida, como el que decidiese destruirla". Por compasión o sin ella y desde hace muchos siglos, el hombre ha causado o propiciado la muerte
de sus congéneres para evitarles el dolor de la enfermedad, el peso de sus malformaciones o para "misericordiosamente",
en las guerras, rematar a los heridos. En las culturas
precolombinas hierbas, humo y estricnina ayudaron al "buen morir" de los enfermos. Y aun cerca de nuestros días
el despenador quitaba el sufrimiento a los desahuciados rompiéndoles las vértebras cervicales y causándoles
la muerte. Es parte de la tradición peruana contada por Ricardo Palma. También hubo despenadores en Uruguay
y en Argentina. Los primeros movimientos proeutanasia
se dieron en el siglo XIX y alcanzaron su objetivo con la legitimación de la eutanasia en Holanda (2001), primer país
que la legalizó en el mundo. En 1938 se fundó la "Eutanasia Society of América" cuya meta era
legalizar el suicidio para los enfermos terminales con asistencia médica. La eutanasia también fue abriéndose paso en el mundo subrepticiamente. Así,
en Zúrich, en 1975, el médico Urs Peter Von Haemmerli Hackelthal aduciendo sobrecupo hospitalario suspendió
la alimentación artificial y los medicamentos a los enfermos terminales provocándoles la muerte. Michaela Roeder,
enfermera alemana, en los ochenta ocasionó la muerte mediante inyecciones letales que simularon una afección
cardíaca a 17 enfermos terminales. Pasó a la historia con el apelativo del "Ángel de la muerte".
"Doctor muerte" fue apellidado Jacob Kevorkian, el médico estadounidense que en aventura semejante terminó
en la cárcel. Más de un centenar de eutanasias asistió desde 1990 en enfermos no siempre terminales con
la ayuda de dos máquinas, Thanatron y Mercitron, para el suicidio asistido mediante la autoadministración de
fármacos letales, la primera, y para inhalación de monóxido de carbono, la segunda. La historia de la eutanasia inquieta, no sabemos hasta donde los que la padecieron
fueron felices con su muerte, ni cuántos sufrieron una imposición que no era su deseo. Su evolución abarca
de la antigüedad a la modernidad, del debate moral a la imposición jurídica, desde la compasión
al crimen, y a pesar de los debates nunca se lograrán acuerdos, porque es un asunto que toca la conciencia de los hombres
en las que residen principios que son irrenunciables. BIBLIOGRAFÍA 1. Cárdenas Arévalo J. La eutanasia Ética - Deontología -
Bioética. [Consultado 25 ago 2021] Disponible en: http://www.cardenashistoriamedicina.net/etica/es-eutanasia.htm 2. Díaz Berenguer A. Brevísima historia de la eutanasia. 1º
Congreso Virtual SMU. 100 años trabajando en las bases del futuro 2020. [Consultado 25 ago 2021] Disponible en: https://www.smu.org.uy/wpsmu/wp-content/uploads/2021/04/AlvaroDiaz-Eutanasia-SMU.pdf
3. Caldevilla Domínguez D. Sobre la
eutanasia. VA [Internet]. 15 de septiembre de 2005 [Consultado 25 de agosto de 2021];(68):1-16. Disponible en: http://www.vivatacademia.net/index.php/vivat/article/view/330
4. Castellón Castellón VM Análisis
de la eutanasia. Alegatos. 1999; 121-132. [Consultado 25 ago 2021] Disponible en: http://alegatos.azc.uam.mx/index.php/ra/article/view/1454/1431
5. Affäre Haemmerli. Wikipedia, La enciclopedia
libre. [Consultado 25 ago 2021] Disponible en: https://de.wikipedia.org/wiki/Aff%C3%A4re_Haemmerli 6. Palma R. Tradiciones peruanas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
[Consultado 25 ago 2021] Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/tradiciones-peruanas-quinta-serie--0/html/ff16cde8-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html
7. Cruz Suárez A. Eutanasia: ¿Muerte
buena? En Bioética cristiana: Una propuesta para el tercer milenio. Editorial Clie Barcelona 1999. 480 p. [Consultado
25 ago 2021] Disponible en: https://books.google.com.co/books?id=stOdDwAAQBAJ&printsec=frontcover&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false
8. Proceso a la enfermera que aceleró
la muerte a 17 enfermos terminales. El País (España). 10 ene 1999. [Consultado 25 ago 2021] Disponible en: https://elpais.com/diario/1989/01/11/sociedad/600476403_850215.html
9. Jack Kevorkian. (2021, 14 de abril). Wikipedia,
La enciclopedia libre. [Consultado 29 agosto 2021] Disponible en https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Jack_Kevorkian&oldid=134757863.
10. Asociación Médica Mundial. Declaración
de Ginebra. [Consultado 23 sep 2021] Disponible en: https://www.wma.net/es/policies-post/declaracion-de-ginebra/ 11. Juramento hipocrático clásico. [Consultado 23 sep 2021] Disponible
en: https://sites.google.com/site/juramentoshipocraticos/home/juramento-hipocratico-clasico
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EL ABORTO PROVOCADO: UNA IMPOSICIÓN JUDICIAL LEJOS DE LA HUMANIDAD Y EL ACTO MÉDICO
Luis María Murillo Sarmiento MD. La inobjetable perfección
de los procesos que mantienen la vida, independientemente de cualquier sentimiento religioso, bien merece el calificativo
de milagroso como expresión superlativa de la admiración con que nos sorprende la existencia. Asombrosa a pesar
de lo cotidiana. Y nadie más llamado a dar testimonio del prodigio que el científico que conoce a profundidad
los mecanismos que sustentan la vida.
La contemplación estética como moral de una maravilla generalmente conduce a la conservación
y a la defensa de lo admirado, y a una inhibición que cohíbe su destrucción. Pero como hay hombres que
no alcanzan a ver la vida desde esta perspectiva, la arrasan sin advertir la gravedad de sus acciones, aniquilando sin compasión
la naturaleza y hasta la vida humana. Las palabras del Salvador pidiendo perdón para los que no saben lo que hacen,
y que cobran vigencia cuando una influenciadora colombiana causa destrozos en una estación de Transmilenio convencida,
según ella, de que no estaba obrando mal, me llevan a pensar que los que con vehemencia defienden el aborto no saben
lo que hacen.
Desde
Adán -que obviamente no fue el primer hombre sobre la tierra, pero nos ubica en los comienzos de la humanidad- hasta
nuestros días, la historia del hombre es una historia de destrucción y de barbarie, concomitante, a Dios gracias,
con los progresos de la inteligencia, obviamente a cargo de otros hombres. Pero cuando esperábamos que los progresos
de la civilización volvieran al hombre más humano, en la acepción buena del término, han terminado
imponiendo una cultura de muerte.
La vida, que puede contemplarse como un milagro,
también es un estorbo, que simplemente se elimina. Se elimina en medio de un atraco, se elimina en la ferocidad del
odio de la guerra, se elimina en medio de la rabia, se elimina por ser un obstáculo para malsanos intereses... se elimina
cuando la víctima incluso no ha nacido. Concebir la extinción es hoy un pensamiento cotidiano, que ronda en
la mente del criminal, como toca la del magistrado o la del médico, cada cual con su argumento o sus razones, con el
eufemismo preciso que sosiega la idea. Se volvió cotidiano pensar en la muerte como solución, y lo cotidiano,
hábito, al fin y al cabo, adormece lo moral, y se incorpora como costumbre aceptable a fuerza de la repetición.
Considero que la decisión de la muerte no puede ser otra que la decisión personal de la víctima,
como ocurre en el suicidio. En aras del exaltado principio de autonomía, una decisión de tal envergadura no
puede darse sin el consentimiento de quien va a ser inmolado. Y en el caso que me ocupa, el del aborto provocado -que no voy
a mimetizar con el de interrupción del embarazo, y que alguna vez más vergonzosamente disimularon tras la denominaron
de regularización menstrual- no puedo entender quién se arroga el derecho de ese consentimiento. La madre siempre
vela por los derechos del hijo, pero en este caso actúa como agresora y no como tutora. Su decisión está
viciada. Como está la de todos los que solo desean la muerte del embrión o el feto.
Indudablemente a ese fruto de la gestación se le ocasiona un daño. Y los argumentos que a su
favor se invocan siguen sin satisfacerme. En casi todo hay un sofismo o una verdad amañada. Lo cierto es que se elimina
una vida humana. Es vida, sin que el más obtuso defensor del aborto puedo negarlo; es humana porque en su crecimiento
y desarrollo no dará lugar sino a un ser igual al que lo procreó y al que lo alberga en su vientre. De otra
parte, la mujer es dueña de su cuerpo, desde luego, pero el feto y el embrión son otro cuerpo. Que la mujer
no puede soportar el peso de un embarazo no deseado es cuestionable. Podrá no causarle placer una gestación
en tales condiciones, pero para su fortuna el embarazo apenas dura nueve meses y no termina en el fallecimiento, contrario
a enfermedades crónicas mortales para las que no hay magistrados ni cortes que corten la condena. Sabe un padre adoptivo
la felicidad que la adopción encierra. Que a quien no le coartaron el derecho a la vida pueda negar tal privilegio
asombra. Y que en defensa de la ‘interrupción del embarazo' se sacrifique un feto viable aterra. Del feticidio
ya se habla sin rubor ni pena. Se mata dentro de la matriz a un feto casi a término ante el riesgo de que nazca vivo
y adquiera todos los derechos que un ser humano adquiera al nacimiento. ¿Tal conducta podrá enorgullecer al
cuerpo médico? Y pensar que el artículo 125 del Código Penal afirma: "El que por cualquier medio
causare a un feto daño en el cuerpo o en la salud que perjudique su normal desarrollo, incurrirá en prisión
de treinta y dos (32) a setenta y dos (72) meses". Se está llevando a cabo el feticidio sin que yo conozca para
los autores consecuencias.
He ejercido la obstetricia durante cuatro décadas
y he encontrado en la humanidad la solución a la mayoría de los dilemas. Esa sensibilidad que agrega sentimiento
al bien moral esquiva el daño y explora caminos razonables. No puedo arrepentirme de los casos en que frustré
un aborto. Quienes se arrepintieron luego me compartieron la felicidad con su criatura. Aconsejé siempre con el convencimiento
y la filantropía de un médico enamorado de su vocación, pero la sentencia que despenalizó el aborto
ha condena la disuasión y el consejo por el médico tratante. Qué desconocimiento de los motivos que a
una mujer la llevan al aborto, qué imperioso deseo de destruir al feto. Ni siquiera la penalización de la mujer
que aborta me preocupa, no está en mis pretensiones que vayan a la cárcel, conozco la angustia y el dolor que
las embarga, pero sé que en la práctica sin sanción penal se mantendrá la práctica. Mi
parecer es, entonces, que sea sancionado quien lo lleva a cabo, ajeno por completo a la congoja de quien lo solicita.
El artículo 122 del código penal
que penaliza el aborto debe ser sustituido. No debe ser la mujer, sino quien lo practica el objeto de la sanción estipulada,
igual debe contemplarse el aborto desde la mirada médica y de salud mental, con énfasis en el apoyo que debe
recibir del equipo de salud la mujer solicitante, sin el amedrentamiento actual, que aleja al médico de todo consejo
y toda ayuda que no conduzca al objetivo indefectible de acabar el embarazo.
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LA SALUD DE LOS GOBERNANTES, MÁS
QUE SECRETO PROFESIONAL* Luis
María Murillo Sarmiento MD. La salud de los gobernantes es motivo de válida preocupación para los gobernados.
Y más que la salud por sí misma, por el efecto que pueda tener en sus decisiones: en su oportunidad como en
su lucidez y acierto. Por sus responsabilidades públicas puede entenderse que un mandatario sacrifique muchos de los
privilegios de los que goza el hombre del común. Ese ponderado secreto que hace parte del ejercicio de la medicina
en alguna forma tiene que verse vulnerado en aras de la trasparencia, del público conocimiento de la real capacidad
del gobernante para desempeñar sus funciones. Aunque el mantenimiento del secreto sobre las condiciones de su salud
tiende a ser la actitud, al menos inicial, de quien gobierna, la realidad con frecuencia se filtra o se distorsiona en rumores
no pocas veces más alarmantes que la verdad. El levantamiento de la reserva debe ser un acto
de buena fe del enfermo más que el acto de un profesional acostumbrado a la privacidad de la historia de su paciente,
que aunque sustentado éticamente en la preponderancia del bien común sobre el interés personal, lo enfrenta
a un grave conflicto moral. La salud de un mandatario no puede ser un secreto de Estado. Como médico no
eludiría el dilema que este escenario comporta, pero debo confesar que lo haría con el profundo malestar de
romper con una conducta tan arraigada como el secreto profesional. Para bien de las conductas que deben asumirse en este contexto,
como para claridad y tranquilidad de los protagonistas, debe ser la ley la que fije pautas a seguir. De lo contrario seguiremos
siendo inocentes espectadores de los entretelones del poder y asombrados concurrentes del teatro de la historia humana. En
Colombia la Corte Constitucional ha expresado en la sentencia T-066/98 el siguiente concepto alusivo a la libertad de prensa:
"En su jurisprudencia, esta Corporación ha manifestado que cuando se presentan conflictos entre el derecho a la
información y los derechos a la honra, el buen nombre y la intimidad, en el caso de las personas y los hechos de importancia
públicos, predomina prima facie el primero". Y agrega: "No desconoce la Corte que la referida amplitud de
la libertad de prensa en estos campos puede llegar a afectar los derechos de las personas que se desempeñan en posiciones
de notoriedad e interés público. No obstante, en principio habrá de responderse que estas personas, al
aceptar su situación social, han consentido tácitamente en una cierta restricción de esos derechos".
Es innumerable la cantidad
de personas que en grave estado de salud en el mundo han gobernado. ¿Cuántos realmente gobernaron? ¿En
cuántos hubo un poder oculto que gobernó en su nombre? Enfermo, en tiempos recientes, gobernó Hugo Chávez.
Minimizada su enfermedad, se supo sin atenuantes que era grave cuando le ocasionó la muerte. Esa dolencia era física.
¿Pero no estaba afectada su mente desde el momento en que buscó el poder? ¿No es acaso la perversidad
la más grave enfermedad de un gobernante? Es indudablemente la enfermedad mental la más peligrosa para
los gobernados, aquella que, además, se puede enmascarar tras un saludable aspecto físico. No alcanza a digerir
el pensamiento ni el horror ni la cantidad de víctimas de gobernantes desalmados desde Nerón hasta Hitler, y
desde Stalin hasta nuestros días.
La salud de los mandatarios
es asunto misterioso. Las fuentes oficiales suelen ser manipulables. Probablemente lo mejor de la historia lo guardan
las publicaciones periodísticas, que han especulado sobre la salud de los mandatarios. Nada mejor para ello que la
lectura de una revista o periódico de antaño, con la mezcla de información, conjeturas, perspicacias
y picardías, que le dan a la trama un aire de novela. Todo puede ser real, todo ficticio. A veces aflora la verdad
como la punta de un iceberg.
Tran atrayente resulta este tema que la obra del periodista Pierre Accoce y el médico
Pierre Rentchnick Aquellos enfermos que nos gobernaron, publicada en 1978, tuvo gran acogida.
La lista de casos sospechados
y reales es extensa. No está de más que los ciudadanos a la hora de elegir piensen en la salud de los gobernantes,
más cuando las sospechas recaigan en sus delirios, manías y paranoias. * Introducción del comentario al trabajo de ingreso
del académico Orlando Mejía Rivera a la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina.
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EL OFICIO DE OPINAR Y
LA RESPONSABILIDAD DE LA OPINIÓN El pensamiento es expresión del intelecto, manifestación de las elevadas capacidades
que diferencian al hombre del animal irracional. Aunque puede ser un ejercicio silencioso, rinde fruto en la medida en que
se trasmite haciendo a otros partícipes de las ideas. Hay quienes se consagran a la difusión del conocimiento y las ideas, hay quienes
se fijan por misión divulgar su pensamiento. El mundo es pródigo en formas para hacerlo. Los medios tradicionales
y las redes sociales, más recientemente, hacen parte de ellas. Un protagonista de esta misión centra mi interés: el columnista,
el escritor asiduo, no siempre periodista, ni contratado ni pagado, que expresa sus puntos de vista y comparte su conocimiento.
El columnista tiene
como pocos un poder influyente, una fuerza moral que mueve la opinión de la masa. Luego mayúscula es su responsabilidad.
Su estatura, intuida grande por la sociedad, contribuye, también, a que su criterio se convierta en juicio que oriente
el actuar de sus lectores. Percibida
así su condición, el columnista como líder de opinión, como educador, como crítico tiene
responsabilidades. No pocas cualidades se exige a sus escritos. Debiendo estar a la verdad apegados, demandan de su autor
responsabilidad, honestidad, respeto, objetividad, imparcialidad, moderación, sensatez y sentido de justicia. Ingredientes
que se articulan con la creatividad y capacidad de reflexión de quien escribe. Que quienes asuman su papel de columnistas en Locus Difficilis
tengan siempre en mente el poder de las palabras y, como instrumento que mueve la conducta, la encausen por el bien, en provecho
de una humanidad que precisa más de armonía que de fricciones. Luis María Murillo Sarmiento MD.
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