Podrán los férreos brazos de
la muerte acunar mis palabras en su lecho de silencio perpetuo. Pero tú que me lees tú
que en noches azules me escuchaste mientras el mar gritaba nuestros nombres tú sabrás que es la
entraña de la tierra quien llueve amor y acíbar por mis venas.
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Sergio Borao Llop <sergiobllop@yahoo.es>
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Viajero
Viajero soy. La ruta es mi destino. El frenesí del mar, mi desafío.
Viajero soy. En todas partes moro, y en ninguna. Mi patria es el recuerdo de tres o cuatro rostros y unos versos que alguna voz amada pronunció.
Viajero
soy. En el confín del mar está
la tierra de mis padres; lejos, otros
mares y otras tierras y otros dioses. Todo cabe en mi cuaderno de bitácora.
Viajero soy. El horizonte espera la estela de mis naves, las palabras que mi pecho proclama, las batallas que los vates cantarán en la mañana.
Y
más allá de todo rodeada
de mar se alza la etérea Ítaca,
paciente, inamovible, hermosa
al atardecer eternamente aguarda el
retorno de sus hijos nómadas.
*rodeada de mar y hermosa al atardecer son dos de las formas en que se describe
a Ítaca en La Odisea deHomero.
Por si mañana no amanece
Podría entrecerrar los ojos Podría entrecerrar los ojos y
evadirme...
Podría abandonarme
a la música y el juego, dedicar la mejor de mis sonrisas a la muchacha triste que se agosta en la esquina y en
sus lechosos brazos profanados de agujas depositar mis besos y mi llanto.
Podría entrecerrar los labios y olvidarme...
Podría dejar que me acunase tu mirada, beber el vino triste de tu herida, ceñirme a
la rutina de tus noches...
Es cierto
que podría mirar hacia otro lado, acomodarme al pan y el circo legendarios; podría suscribir una póliza de crédulo para no recelar de las versiones oficiales.
Podría simplemente oprimir el telemando y abolir con ese gesto la
mueca del farsante, diluir los falaces rostros de la mentira, no sentir sus miradas ni oir las falsedades que sus bocas declaman sin
sombra de vergüenza.
Pero he
elegido el verso como patria, he nacido canción a contramano, grito caricia estepa hormiga hambre prostíbulo
coral aullido estanque.
Podrán
los férreos brazos de la muerte acunar mis palabras en su lecho de silencio perpetuo. Pero tú que me lees tú que en noches azules me escuchaste mientras
el mar gritaba nuestros nombres tú sabrás que es la entraña
de la tierra quien llueve amor y acíbar por mis venas.
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Bajo la alfombra Todo el mundo sabe que a los poetas los carga el diablo. Por
eso todo el mundo mete a sus poetas bajo la alfombra cuando vienen visitas o los encierra con llave en una habitación sin fondo a ver si hay suerte y al abrir la puerta han desaparecido para siempre tragados por los bosques de arena o bifurcados en las intersecciones de los puentes heptagonales. Pero toda precaución
es poca: A través de alfombras y paredes, de océanos y
siglos, de barrotes, la palabra se expande, primavera de voces desgajadas
por el valle, río de aguas voraces que se acerca, feraz enredadera
trepándose a los muros, penetrando ventanas, expandiéndose por
el aire de todas las estancias y estallando en rotundas espirales que
estremecen lámparas y muebles en nombre del poeta sepultado bajo
perversas lápidas de olvido.
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Para no regresar Para no regresar quemé los calendarios como si fueran puentes. ¡Inútil
ejercicio! Las cenizas impregnaron mis ropas; me dejaron un olor a nostálgicos
licores, una canción dormida entre los labios, el lacerante poso
de una ausencia. Mujer mirando al vacío Parada frente al mar con un reflejo gris en su mirada. (Se diría perdida en la nostalgia, la nostalgia del mar, que no se agota) Parada frente al mar. La ciudad a su espalda (esa ciudad que antaño fue promesa y hoy es sólo glacial encrucijada) y una muda tempestad de arena bajo sus pies descalzos. Ante ella hay un mar incomparable que sus ojos no ven, un cielo transparente, una distancia, la levedad impronunciable de la brisa.
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Encuentro en Praga o cualquier parte
A Franz, in memoriam. Leo a mi hermano muerto ese hermano de distinta sangre que murió tantos años antes
de nacer yo y que vivió tan lejos de esta tierra que habito y nunca habló mi idioma como no hablé yo el suyo. Leo a mi hermano muerto y me pregunto si algún
día y en qué dimensión extraña podríamos
por fin establecer un diálogo... reír tal vez, beber unas
cervezas, charlar sin disimulos ni fórmulas caducas como buenos camaradas que tienen tanto que decirse aunque en
el fondo sepan que todo está ya dicho desde el instante mismo
del encuentro.
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De Arenas de Ítaca
Víspera
Alguna noche soñé
que regresaba. Ítaca
estaba lejos. Largas
travesías y sirenas me separaban de sus templos.
Escila y la avidez de las tormentas significaban la frontera. Fieros vientos y cíclopes me desviaron muchas veces de la ruta.
La sal marina y los
años -los
solitarios años de destierro- me enseñaron el decálogo del náufrago.
Pero he aquí que está amaneciendo y mis ojos -pebeteros sangrantes, heraldos de un rostro endurecido por imborrables cicatrices- se asoman a las costas añoradas.
A Ítaca llegué, mas no
era Ítaca
Sus
calles parecían las calles de Ítaca. Las gentes hablaban el viejo idioma. Los vestidos y peinados de las mujeres eran iguales que en Ítaca. Las casas, los palacios, el hogar de mis padres, los cantos de los pájaros...
Los
dioses eran los dioses de Ítaca, los pórticos, el río, los esclavos; el vino era sin duda el vino de Ítaca, también los mercaderes y manjares.
Todo
estaba en su sitio, pero aquello no era lo que dejé, lo que anhelaba encontrar al regreso...
A Ítaca llegué, mas no era Ítaca o no era yo quien a Ítaca llegaba.
El precio de los regresos
Cuando partí no sabía
el precio de los regresos.
Ignoraba que hay monstruos bajo la superficie cuya visión no puede soportar la razón.
Que la luz no penetra las simas abisales donde el Olvido acecha.
También desconocía que las mareas traen decepciones sin nombre entre coral y espuma.
(No sabía tampoco que todo viaje es largo cuando es en soledad)
He aprendido que toda navegación esconde tempestades y crepúsculos negros; que la ruta es un capricho de los dioses y el tiempo un aliado del naufragio.
Pero Ítaca exige tales pruebas. No todos los viajeros gustarán los manjares del retorno.
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Como si fuésemos inmunes
A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan.
(Lejana. Julio Cortázar) Como si fuésemos inmunes miramos el entorno y nada vemos. Vivimos encerrados en nuestro mundo invulnerable nuestra pequeña burbuja de cristal donde no llega el eco de los lamentos desgarrados (como
si todo ello no formara parte de nosotros mismos, como si esos rostros
famélicos o atroces no fuesen un reflejo abominable de nuestros
propios rostros impasibles) Encerrados en el cuadro que pintamos para obviar los colores imperfectos. Y nos olvidamos. Irreparablemente. Nos olvidamos del otro: ése
que sin siquiera percatarse vive el reverso de nuestra existencia mientras
reímos y jugamos y nos emborrachamos como si fuésemos inmunes. Siempre es otoño en estas calles Una vez conocí a una mujer; una mujer sin nombre, endurecida por la vida en las calles, por los golpes, por el miedo y la rabia, los gritos,
las ausencias... Entre lágrima y lágrima, escuchaba a Sarah Brightman y Emma Shapplin y fumaba lentamente al compás de la música como si el tiempo no existiera y la realidad fuese tan sólo el contenido de un mal sueño recurrente. Se prostituía para huir; huía
para no encontrarse, para no ver reflejada en el espejo la dureza de
sus propios ojos reprochándole tardes de amargura, noches sin
esperanza y sin consuelo. Se prostituía para huir y en medio de esa huida a menudo se encontraba a sí misma
flotando a la deriva en medio de una mar tenebrosa, una
mar enemiga y temible. Ilimitada. Se prostituía para no
prostituirse en brazos de una sociedad corrupta y decadente. Escuchaba a Sarah Brightman y Emma Shapplin. Con
el pómulo morado sonreía; decía que su cielo era
esa música. Lo otro sólo eran pedacitos del infierno salpicando
un desierto sin oasis. Una tarde se fue sin despedidas. Hoy quisiera pensar que en esa huida encontró
por fin las puertas hacia el cielo; que consiguió escapar a su destino escapar a sus ojos maquillados como una delación insoportable. Nunca supe su nombre. Tan sólo me fue dado abandonarme a su tibia caricia, su incendio incomprensible, su canto desangrándose
en mi oído. Una tarde se fue. Sin
despedidas. Dejándome tan solo el
eco de su voz tarareando canciones de Emma Shapplin y Sarah Brightman;
un éxtasis de música habitando el ocaso interminable.
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Sergio Borao Llop Narrador y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza, España)
1960. Miembro Honorario
de Naciones Unidas de las Letras. (Miembro Fundador REVISTA LITERARIA AVE VIAJERA OCTUBRE 1996)
Miembro de Poetas del Mundo, del directorio
REMES, del movimiento internacional Los Puños de la Paloma y del Club de Cronopios. Colaborador habitual o esporádico en varias revistas y boletines
electrónicos (Inventiva social, Isla Negra, Gaceta Virtual, Con voz propia...). Presente en diversas webs de contenido
literario (Letralia, EOM, Almiar Margen Cero, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes...) así como en algunos programas
radiofónicos. Fue
finalista en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de Zaragoza (1990) y durante un tiempo administró
el blog Al_Andar, homenaje a las voces clásicas y muestra de algunas de las voces de hoy.
Obras
publicadas : EL ALBA SIN ESPEJOS (relatos) (Literatúrame, 2013)
LA MANO EN LA PALABRA (selección y prólogo) (MediaIsla, 2015) DESDE LAS PROFUNDIDADES (prólogo) (Black Diamond Ed. 2013)
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