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De la
égida norteamericana y de los estrictos cánones de las universidades norteamericanas. No sé si fue en
Kansas, en Chicago o en Kentucky, en alguna de las tres ciudades, dio el giro y de pronto terminó en la Universidad
Veracruzana desde donde ha azotado a la literatura mexicana país haciéndoles creer que nadie es mejor escritor
ni más prolífico que él. Durante todo este tiempo, casi 30 años, Marco Tulio Aguilera Garramuño
no ha perdido su ingenuidad de niño bueno, no ha dejado de ser un niño grandote, ése que durante todos
estos años ha insistido en decirnos a todos sus lectores y a los amigos que a veces lo oímos, que nadie sabe
en la faz de la tierra hacer el amor como lo hace él, que nadie sabe cómo son las mujeres y que todas las mujeres
del mundo deben leer los libros de Marco Tulio para aprender lo que es el ejercicio del amor. Marco Tulio se ha estado todo
este tiempo escribiendo libros de erotismo para hacer creer que él es un burbujeante volcán que a cada instante
está a punto de erupcionar, creando unas pasiones irreversibles. Son muchos años en ese mismo ajetreo y no había
podido convencernos. Muchos años en los cuales ninguno de sus lectores podemos admitir que él sabe de mujeres
(y si lo digo yo que no sé de ellas ni las he probado, creo que mi palabra es mucho más valiosa). Todo este tiempo él se la ha pasado diciendo que
sabe de formas eróticas y de hacer el amor mucho más que cualquier sabio oriental. Como no la ha hecho con
quien debe hacerlo, no puedo asegurarlo. Pero como además siempre nos ocultó quién era su padre, pero
no pudo ocultar la cara de Aguileras que tenían todos sus hermanos: grandes, culones y narigones, todos sabíamos
muy bien cuál era el ejercicio de sus hermanos: los unos deslumbraron por un lado, los otros por el otro, y llevaron
a la hermana a estudiar la universidad para que posara de la niña tenue, que a veces hacía de boba, cuando era
la más inteligente de todos. Dentro de todo ese esquema, Marco Tulio se negó durante 28 años a demostrar
que es un gran escritor, a demostrar que sabe hacer literatura y que además, todavía, pese al neoliberalismo,
cree en ella. Marco Tulio se negó, como en trinchera de la primera guerra mundial a demostrarnos que él podía
contar la mejor veta que un novelista tenía: su familia. Esta novela, por supuesto,
no es de amores, como él la ha querido titular. Ni más faltaba. Jamás pudo entender los amores de su
madre. Y doña Ruth es doña Edith Viscontini, protagonista de la novela El amor y la muerte, para que todos lo
sepan de una vez y ese personaje legendario es tan fuerte, tan antagonista como lo ha dicho Germán Castro Caycedo...Y
como lo es, sin duda alguna, la sombra creciente y mayestática, del doctor Aguilera Camacho, que montado en su limosina,
o atendiendo pacientes pobres o haciendo operaciones prodigiosas en el Hospital San Juan de Dios durante los días del
Bogotazo, va copando el espacio edípico que Marco Tulio siempre nos negó y que le estaba haciendo falta. Tal
vez por eso, porque esta novela es de él, y no de lo que Marco Tulio dijo que era; porque esta novela es de su gente,
y no de las mujeres que Marco Tulio dice ha probado. Esta novela es de su verdadero amor, su madre, doña Edith Viscontini,
el gran personaje novelesco. Es una maravillosa novela que no vacilo en recomendar cualquiera que sea el punto de observación
desde donde se quiera mirarlo. Vengo aquí, no a rendirle tributo al mejor de los alumnos de mi taller; no a rendirle
tributo al amigo que durante treinta años ha sido leal con este loco contradictorio Gardeazábal. No. No vengo
siquiera a rendirle tributo a un novelista colombiano, perdón, colombo-mexicano de gran categoría. No. Yo vengo
a rendirle tributo al escritor, distinto a los nacidos en mi pueblo, que encabezo yo, que ha sido capaz de meter a Tuluá
dentro de una novela como parte vital de su familia, porque acá moja nalga uno de sus hermanos y allá paseó
la sombra de su madre A ese hombre que fue capaz de abordar a mi pueblo desde otra órbita novelística vengo
a rendirle tributo emocionado." Presentación Germán Castro Caycedo Pienso que El amor y la muerte, novela
de Marco Tulio Aguilera Garramuño, recientemente publicada por Alfaguara en Colombia, es una novela de calidad literaria
y temática. El libro es la historia de una mujer, y de una familia, narrada a través de muchas
voces, de cartas, de monólogos, mediante una estructura, yo diría, cronológica pero no convencional,
es decir, de personalidad. Se trata de la trashumancia de una mujer que nace en la Argentina de Perón, vive en la Colombia
de la época de la Violencia -aquí todas las épocas han sido de violencia, pero el autor toma como referencia
la de la década de los años cincuenta-; viaja a los Estados Unidos, donde vive en la marginalidad; luego en
Costa Rica, en la Nicaragua sandinista, y regresa a morir a Colombia. Monólogos y cartas recuperan acontecimientos,
miradas particulares sobre momentos de la vida, mezclando con ellos algunas veces personajes reconocibles como Jorge Eliécer
Gaitán, los hermanos Ortega y el Comandante Cero en Nicaragua y alusiones a políticos, a hechos notables, a
libros de las últimas décadas del siglo XX. La obsesión de Edith Viscontini, el personaje central, es la búsqueda
insaciable de mundos nuevos, de personas y de lugares diferentes, característica de una Colombia que hoy desea huir
de su propio país, lo cual en el libro configura un temperamento inestable y apasionado que gracias a la trashumancia
vive instantes intensos tras los cuales regresa a su angustia de existir. El amor y la muerte es un libro sin diálogos
que concatena episodios históricos reales con experiencias. Y es un libro en el cual las experiencias vitales de los
personajes revelan la oscilación que existe entre la ilusión y el desencanto surgidos en los países que
la mujer recorre con sus hijos, ilusión y desencanto motivados por las experiencias vividas, como es el caso de la
revolución sandinista en Nicaragua: primero, fe en las bondades del cambio y luego una gran decepción ante el
fracaso de una experiencia que costó muchas vidas. Igual sucede frente a Colombia. Primero emergen imágenes
pictóricas y amables de algunas de sus ciudades y campos, vistas a través de la nostalgia de tiempos anteriores.
Luego, el presente de caos y violencia. Como
la protagonista, los personajes secundarios, las voces, los monólogos corresponden también a la errancia y están
marcados por una insatisfacción que no se sacia de ningún modo, llevando su paradigma del amor intenso al corte
final de la muerte, al cual se desplazan todos los acontecimientos. Pero a la vez en el libro se dibujan los rasgos de un
continente asfixiado por sus propias insatisfacciones, en el cual, al fracaso de las utopías le siguen frustraciones
recurrentes y luego de ellas, la incertidumbre que desde luego es intermporal, porque América Latina parece haber vivido
de frustraciones. Pienso que esta novela tiene fuerza narrativa y un interés indudable en el momento actual, no tanto
como reflejo momentáneo, sino como una constatación de la intensidad de los deseos de la gente, frente a la
falta de opciones que plantea la realidad. Finalmente me parece que en El amor y la muerte existe un tramado complejo de los
personajes y la historia, pero sobre todo, la fuerza de Edith Viscontini, la protagonista, un gran personaje, en este caso
la agonista, a quienes sus parientes y amantes van definiendo desde sus puntos de vista personales en forma amorosa o ácida,
según los instantes, de manera que el libro es también un retablo de contrastes que muestra desde la gran madre,
la amante intensa, la mujer tierna y sometida, hasta el retrato de una mujer solitaria, insatisfecha, impávida ante
la muerte y con la sabiduría de la vida. Creo que con este libro, Marco Tulio Aguilera Garramuño demuestra
la madurez del novelista capaz de profundizar en forma magistral dentro del alma y del cuerpo de uno de los personajes más
fuertes, luego de una trayectoria literaria de dieciséis libros anteriores. El amor y la muerte. Marco Tulio Aguilera Garramuño. Bogotá: Alfaguara, 2002.
244 páginas. Peter G. Broad Indiana University of Pennsylvania Peter G. Broad En El amor y la muerte, Marco
Tulio Aguilera Garramuño ha escrito el libro de su vida (y no El libro de la vida, serie de novelas suyas de la que
ya aparecieron los tres primeros tomos). Por un lado, se trata de una autobiografía ligeramente novelada; por otro
es la mejor novela que ha escrito hasta la fecha. El narrador principal de la novela es un escritor colombiano, radicado
en México, que ha regresado a Colombia para presenciar la muerte de su madre, doña Edith Viscontini. El narrador,
Ricardo Rivera Viscontini, y sus seis hermanos se han reunido en Tuluá donde la madre de todos ha ido a morir de un
cáncer de los pulmones, después de haber vivido una vida larga e interesantísima. Esta es la escena en
que se centra la novela; pero mientras agoniza doña Edith, los lectores llegamos a conocer a fondo la historia de una
familia, en un sentido venida a menos pero en otro sentido más profundo, venida a más, en la Latinoamérica
de la segunda mitad del siglo veinte. El narrador alter ego es la norma en las últimas novelas de Aguilera Garramuño,
pero en las otras, este narrador es el enfoque de todo lo que ocurre. Los demás personajes sirven para crear las situaciones
que permitan o causen los cambios en el entendimiento del mundo del protagonista. Con pocas excepciones, no son personajes
completos ni complejos. En cambio, en El amor y la muerte, el narrador es sólo uno de los personajes complejos y plenamente
desarrollados. La más compleja de todos
es, sin lugar a duda, la señora cuya muerte proporciona el pretexto para la reunión familiar. Edith Viscontini
(o "Eidith" según una versión) es una argentina que se escapó de una situación familiar
incómoda, quizás casándose con un diplomático brasileño o ruso, quizás homosexual,
o quizás todo fue un invento suyo. De todos modos, parece que a los dieciséis años, en Uruguay, conoció
al doctor Rivera Camacho, un cirujano colombiano famoso y riquísimo, casado entonces en un matrimonio infeliz con una
señora de la aristocracia bogotana. El doctor se separó de la primera esposa y fundó una familia con
la argentina, que en unos once años le dio seis hijos y una hija. Muerto el doctor, Edith, todavía joven, salió
en busca de la vida y el amor. Llevó a la tribu, junto con su nuevo amante, Pedro Pablo, a la Florida en Estados Unidos.
Luego, partió hacia el sur donde terminó en Costa Rica, en San Isidro del General. Allí mantuvo a la
familia con tres trabajos y una serie de hombres. Más tarde ayudó con la revolución sandinista y terminó
casándose con un comandante. De él escapó, regresó a Costa Rica, y, finalmente, a Colombia, donde
vivían cinco de sus hijos (César, el mayor, vive en Estados Unidos, y Ricardo en México). Esta historia,
desde luego, no se nos presenta de forma directa ni cronológica. Mientras vamos conociendo a los miembros de la familia,
escuchamos, en algunos casos, y, en otros casos, tenemos una voz narrativa múltiple que cambia casi al azar su focalización.
Y, para mayores complicaciones, se nos presenta, en fragmentos intercalados, otra versión de la historia familiar tal
como se presentara en una novela previa de Ricardo. (Esta, con ligeras variantes, es El juego de las seducciones, de Aguilera
Garramuño [México: Leega, 1989].) Tanta variación en la narración refleja y matiza, de una forma
eficaz, la complejidad psicológica de las reacciones a la vida y muerte–los amores, las luchas, los secretos–de
la madre de la familia Rivera Viscontini. Los siete hermanos están basados, evidentemente, en los hermanos Aguilera
Garramuño.Son, como toda familia, personas que se quieren profundamente al mismo tiempo que guardan rencores desde
la primera infancia. Pero, también representan distintos tipos del latinoamericano de hoy; tipos, pero tipos multifacéticos.
César, el mayor, ha llegado a ser rico por medio de su empleo con la multinacional norteamericana Hewlett Packard.
Al mismo tiempo, como buen nuevo rico, es, además de generoso con la familia, panzón y mujeriego. Es decir,
conserva lo estereotípicamente macho latinoamericano con el éxito entre los gringos. Al otro extremo, Felicia,
la única hermana, es soltera y bella, independiente y competente: la nueva mujer que, a diferencia de su madre, ha
creado su vida sin la necesidad del complemento de los hombres. Los otros hermanos incluyen el menor, que acompañó
a su madre en la lucha en Nicaragua, un médico, un empresario que logra burlar a las fuerzas violentas en Colombia,
y un marihuanero que, en una vida caótica, lucha por el futuro de su país. Si estos no representan las caricaturas
clásicas, sí son manifestaciones de las fuerzas involucradas en la turbulencia latinoamericana actual. Ricardo,
escritor y alter ego del autor, es el que intenta buscar la razón de todo esto. La razón que encuentra, si existe,
es múltiple y contradictoria, como la vida misma. HAROLD ALVARADO TENORIO GACETA, El País 'El amor y la
muerte', la más reciente novela del colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, tiene como trasfondo la historia
de una familia, que como muchas de las colombianas de hoy, ha vivido los horrores y la ostentación de una sociedad
anacrónica. Según su autor, la novela "es un intento por rescatar del olvido a un personaje maravilloso".
Apoyado en datos históricos y en la propia experiencia, Aguilera Garramuño hace de Edith Viscontini, su heroína,
una suerte de espía latinoamericana que vive su infancia y pubertad en la Argentina machista y pendenciera de Perón;
su adolescencia, matrimonio y apoteosis en la conservadora Colombia de entreguerras y su madurez en Costa Rica y Nicaragua,
donde es declarada Madre de la Revolución. Esta es quizás la mejor novela que haya escrito Aguilera Garramuño.
Rica, vertiginosa, profunda y grave, 'El amor y la muerte', hace de Edith Viscontini uno de los personajes de ficción
más atrayentes de este tiempo. " EL AMOR Y LA MUERTE" LA NOVELA GRANDE DE MARCO TULIO
AGUILERA GARRAMUÑO Juan Fernando Argüello, La Prensa, México En "El amor y la muerte", novela
de Marco Tulio Aguilera Garramuño publicada recientemente por la editorial Alfaguara, se narra la existencia de alguna
manera ejemplar de Edith Viscontini, una mujer que vivió su vida con inusitada intensidad no sólo en el terreno
amoroso, sino en el político, el intelectual y el espiritual. En esta obra se cumple lo que pedía Flaubert a
toda gran novela: un gran personaje femenino. Y Edith Viscontini en realidad lo es: en primera medida por sus amores, sus
pasiones, sus fidelidades a hombres de diversas cataduras (casi ninguno de ellos estuvo a su altura: ni un vividor bogotano,
ni un ajedrecista alcohólico de Costa Rica, ni el comandante de las fuerzas sandinistas; tal vez el único que
estuvo cerca de la grandeza espiritual de Edith Viscontini, fue su primer esposo, un cundinamarquense imponente, de origen
indio y con ínfulas de lord inglés: el doctor Castillo, quien fuera —según la novela—el
cirujano más eminente de Colombia hacia mediados del siglo pasado. Edith Viscontini fue entre otras cosas hipnotista,
musa radiofónica de Costa Rica, madre de la revolución nicaragüense y engendradora de gran cantidad de
radiofónica de Costa Rica, madre de la revolución nicaragüense y engendradora de gran cantidad de hijos
extremistas y apasionados, cuyas historias leemos con deleite. Edith Viscontini, si en realidad hubiera vivido, sería
sin duda una precursora de todas las libertades de la mujer hoy en día. Pero lo curioso, lo encomiable en este personaje
creado por Marco Tulio Aguilera, es su modestia, su falta de deseo de figuración, su intento de vivir sin pena ni arrepentimiento.
Y aquí es donde se liga la vida de esta protagonista memorable, con la cantatriz francesa Edith Piaf, cuyas canciones
Edith Viscontini cantó a lo largo de su vida: Rien, rien de rien, je ne regrette rien! (De nada, no me arrepiendo
de nada). Edith Viscontini vivió todo y no se arrepintió de nada. El amor fue su religión y en él
se consumió con más pena que gloria. Pero no se arrepintió de nada. Novela escrita de manera vertiginosa,
casi con el ritmo de una película, sorprende de página a página. Los cambios son sorpresivos, y sin embargo,
totalmente verosímiles: se trata, como dice la contraportada de la vida de "una mujer que se atrevió a
vivir lo que otras apenas se atreven a soñar". Del tiempo sólo se puede predicar que no conocemos su naturaleza,
que es irreversible y que cualquier cosa puede pasar, incluso la muerte. Tal parece ser la idea que movió al autor a escribir
esta novela que es como un río turbulento, que atrapa al lector y no lo deja en paz hasta la última línea.
Con esta novela Marco Tulio Aguilera Garramuño, un autor que de alguna manera se había mantenido simplemente
como un buen escritor de varios libros francamente legibles como Cuentos para después de hacer el amor, Cuentos para
antes de hacer el amor, Mujeres amadas, Buenabestia —novela publicada por Plaza y Janés en Colombia y que
apareció en México con el nombre a "Las noches de Ventura"—, curiosamente relegada, que
sin embargo es de una intensidad erótica y de una altura pocas veces lograda por un autor colombiano) alcanza una consolidación
me atrevo a decir que definitiva. Sin pudor alguno hay que decir que es una novela grande, apasionante, inolvidable. Cumple
a cabalidad la exigencia de Flaubert: tiene un inolvidable personaje femenino. Quien conoció a Edith Viscontini lo
más probable es que nunca la vaya a olvidar. Confieso que leí la novela de un tirón, aunque inicié
la lectura con algo de desconfianza. Me dije: hasta allá cayó (o llegó) Garramuño, hasta ser producto
Alfaguara. Pues este producto Alfaguara me hace recuperar la fe en la literatura y perderle un poco el miedo a eso que han
llamado la alfaguarización de ella, el rasamiento y la trasnacionalización de un arte que tiene su origen en
la intimidad y debe hallar su destino en la misma intimidad. "El amor y la muerte" es una novela de amor en la
que se afrontan los grandes problemas de la vida, una novela de educación sentimental de una mujer y de una familia,
una novela en la que se reflexiona sobre el destino trágico de Colombia, sobre la pérdida de las utopías
colectivas y, finalmente, sobre el sentido de la vida. Del Diario del Sureste, México, suplemento Presente, 18
de octubre 2002 La seguridad y la firmeza narrativa de Aguilera Garramuño de como resultado una historia coherente
en su propia estructura y una lectura gozosa... Garramuño hace un retrato de la tragicomedia que es la historia de
los países latinoamericanos, salpicado de buen humor. Edith Viscontini, la protagonista, vivió en varios países
de latinoamérica y en cada uno de ellos hizo su voluntad a contrapelo del machismo delirante: Argentina, Colombia,
Costa Rica, Nicaragua, fueron testigos de su periplo, un periplo ejemplar, que da como resultado una novela de excelencia
como la que se podría esperar de la madurez de un escritor que nos ha deleitado con Cuentos para antes y Cuentos para
después de hacer el amor, Mujeres amadas, Los placeres perdidos y muchos otros libros memorables. De
Juan Cruz Mendizábal, Decano del Departamento de Literaturas Hispánicas de la Universidad de Indiana
en Pennsylvania Querido Marco Tulio: Acabo de terminar en este momento la novela "El amor y la muerte". Me ha gustado
mucho, no sólo por lo bien que escribes y usas la palabra, sino por lo bien elaborada que está la novela. Hay
momentos en que ese realismo mágico del que hablábamos en el Congreso, me parece que está ahí,
claro y sin duda. No creo que sea bueno hablar de influencias, porque las tenemos todos de todos, desde el momento en que
nacemos y sobre todo desde el momento en que aprendemos a leer. Pero eres tú, el autor de esta obra y es una obra que
llena. Conforme iba leyendo, veía la historia, no sólo de Colombia sino de Latinoamérica, tan rica, tan
fuerte, tan bárbara, tan humana, desde Argentina, pasando por Colombia y Nicaragua. Muy bien llevada la historia. Me
gusta cuando se va dando conocimiento de los personajes de manera salteada. Los círculos concéntricos y en el
centro doña Edith, una Mamá Grande a la inversa, pero grande también. El dominio es distinto. En fin,
te felicito. La he pasado de maravilla leyéndote y he de seguir tus partos literarios. Entraste en el Alfaguarismo
y aunque te diría que no te dejes llevar por la corriente, puedes controlar esa corriente y beneficiarte. Habrá
más gente que te lea. Un cordial abrazo de amigo. Juan Cruz Mendizábal Para imprimir: Selecciona en
el menu del navegador Archivo/File y después Imprimir/Print De: pinto armando <pintpar96@yahoo.com>
Para: matag@infosel.net.mx Cc: Tema: saludos Fecha: Wed, 27 Nov 2002 06:44:37 -0800 Querido Marco Tulio: El
amor y la muerte me dejó pasmado, cuando la terminé anoche seguí sosteniéndola en las manos unos
minutos más y luego con pena la cerré. Es una gran novela, la leí de dos sentadas y como sucede con la
buena literatura, conforme más avanzaba, más adentrado en la obra me sentía. Me dormí en la madrugada,
cansado pero feliz de haber pasado esas horas sumergido en el placer de su lectura. te agradezco que la hayas escrito un
fuerte abrazo armando pinto El amor y la muerte Juan Domingo Argüelles, CULTURA DE DIARIO EL UNIVERSAL, MÉXICO D.F, 7 de febrero 2003
El amor y la muerte, piensa el escritor colombo-mexicano Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, 1949), son
los dos únicos misterios dignos de embeleso y espanto y, por ello mismo, merecedores de asediarlos en una obra literaria
de altas ambiciones. Por ello, desde las primeras líneas de su novela que lleva por título, precisamente, El
amor y la muerte (Bogotá, Alfaguara, 2002), y con la cual fue finalista en el Premio Internacional Alfaguara 2001 (en
cerrada competencia con La piel del cielo de Elena Poniatowska), Ricardo, el relator principal de esta obra de muchas voces,
balzacianamente afirma con plena convicción: "Sólo hay dos misterios grandes en la vida de los seres humanos:
la muerte y el amor. El guardián de esos dos misterios es el tiempo, ese bromista que todo lo muda y lo transforma
y que tras la máscara más bufa oculta la carroña y en los abismos acrisola la luz. Hacia el pasado se
van desvaneciendo los recuerdos de las personas que se han ido, hasta transformarse en mito, en mentira piadosa o simple olvido.
Los muertos son el polvo que pisamos y la sombra que nos dicta al oído lo que somos". Novela, en efecto, de grandes
ambiciones, de lograda profundidad y de plenitud en sus conflictos, El amor y la muerte es una de las obras mayores de la
narrativa colombiana y uno de los mejores libros de Aguilera Garramuño, quien ya había abordado los aspectos
decisivos de la existencia en muchos de sus relatos breves (Cuentos para después de hacer el amor, Los grandes y los
pequeños amores) y sobre todo en varias de sus novelas (Breve historia de todas las cosas, Mujeres amadas, El juego
de las seducciones y Los placeres perdidos, entre otras). Con esta obra, que relata la
apasionante historia del amor y la muerte de Edith Viscontini, Aguilera Garramuño logra, a los 52 años, el reconocimiento
unánime de la crítica y los lectores de su patria, al grado que Gustavo Álvarez Gardeazábal expresa
que "debemos reconocerlo como un señor narrador de nuestras letras". A través de una multiplicidad
de voces familiares que confluyen en la novela que "investiga" y escribe Ricardo acerca de su madre, admiradora
irredenta de Edith Piaf, el escritor colombiano no cuenta únicamente una historia sino que reflexiona sobre la trascendencia
de nuestros actos. A lo largo de esta obra se despliega, como en las mejores páginas de la moderna narrativa colombiana
(que nos remite, por fuerza, a García Márquez y Cepeda Zamudio, por poner dos ejemplos), el relato de una dinastía,
de una estirpe que, con su existencia, narra también una época. De alguna forma, la vida de Edith Viscontini
es el pretexto para que el novelista aborde los temas fundamentales de los que se ha ocupado la mejor creación literaria
en todos los tiempos: el amor y la muerte, sí, pero también, la soledad, el poder, el éxito, el fracaso
y, en general, las pasiones de hombres y mujeres. Cultivador del erotismo y frecuentador de los temas de la sexualidad, Aguilera
Garramuño lleva a cabo en El amor y la muerte una especie de homenaje a la libertad de acción de un personaje
femenino que rompe con los preceptos de su época para adquirir, gozosamente, un estigma y una mitología. El
primer epígrafe de la novela, y su repetición a lo largo de las páginas, en la insistente voz de Edith
Piaf, es la definición mejor del balance que hace la protagonista al final de su existencia: "No me arrepiento
de nada". En la idea de que una buena novela no es la simple concatenación de los hechos autobiográficos,
debemos saber que Ricardo, el narrador, no es Marco Tulio, ni Edith Viscontini, es su madre, sino la suma de todas las experiencias
que han madurado en personajes singulares y en una obra deleitosa de profunda ficción real. Tiene razón Álvarez
Gardeazábal cuando enfatiza la calidad de esta novela de un autor que, durante muchos años, ha jugado a ser
un "antipático lleno de energía" (la frase es del propio Aguilera Garramuño) pero cuya autodefinición
nosotros corregiríamos así: Un placentero y vital escritor lleno de energía que, para llamar la atención,
juega a ser antipático. Y que, invariablemente, lo consigue.
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