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GLITZA- Por Antonio Mora Vélez
Queridos amigos: Les envÌo GLITZA, cuento que ganó un concurso nacional en 1971 y que ha vuelto a salir a flote a raiz del ensayo reciente de José Luis Hereyra. No se si sea mi mejor cuento, pero si se que es el que más quiero porque le dió el tÌtulo a mi primer libro y porque es el que más refleja mi modo der ser y de pensar. P.D. Glitza es tambiÈn el nombre de mi hija, quien fue primero un poema de amor y hoy es una hermosa chica de 23 años. Glitza estaba sentada en su reclinomática, esperando las noticias del cosmódromo de Libia en el Sahara. Miraba ansiosa a cada instante el videófono, deseosa de contemplar las manos en alto de Vernon, su compañero, despidiéndose para siempre. Más que un torbellino, su cerebro era un tornado de emociones y de ideas; por sus mejillas resbalaban lágrimas de angustia que se coloreaban con la luz multicolor alternada de la lámpara de noche de su sillón electromecánico. Transcurrieron pocos minutos, quince tal vez, antes de que la pantalla se iluminara. Quince minutos durante los cuales Glitza repasó la historia de sus relaciones con Vernon, desde cuando lo conoció en la sala de centrifugación de la Academia Astronáutica, hasta el día en que él le pidió, delante de sus compañeros astronautas, con ocasión de la fiesta de grado justamente, que lo acompañara por el resto de su vida. Recordó las sonrisas de los demás graduandos al escuchar la fórmula empleada por Vernon. "Quiero que seas mi compañera y que me acompañes siempre". Y se sonrieron porque ella no era astronauta, era doctora en genética. Dos profesiones de ámbitos diferentes y cuyo ejercicio no les iba a permitir mayor tiempo juntos. La regla general era que los matrimonios se concertaban entre parejas con profesiones iguales o complementarias, para que pudieran trabajar el uno al lado o cerca del otro. Pero Glitza pensaba de otra manera y así lo hizo saber a todos esa mañana de la petición de Vernon. "Para seres que se aman y que simultáneamente entregan su ciencia y su energía en ramas diferentes de la actividad humana, el disfrute del amor durante las etapas vacacionales es mucho más intenso" --dijo. "Es mejor entregar totalmente cuerpo y alma en el rito maravilloso del amor que perturbar el éxtasis con una palabra, un gesto o un pensamiento que denuncien nuestra vinculación mental con otra sitio" -- sostuvo finalmente. Y todos comprendieron. Las relaciones entre los hombres habían llegado a un grado tal de hermandad y de solidaridad, que todos se esforzaban por superar a los demás en la infinita tarea de hacer la vida más hermosa. Cada ser humano daba todo lo que tenía de sí en su trabajo, entregaba la totalidad de su capacidad y de su tiempo laboral, consciente de que su aporte, además de necesario, lo ennoblecía, lo hacía cada vez más Hombre. Fue por eso por lo que Glitza defendió entonces la tesis de que, lejos de constituir un obstáculo, la diferencia de profesiones era más bien un incentivo para el trabajo de ambos. Además, desaparecido el egoísmo en las relaciones sociales, todo el orbe había convertido en norma el viejo lema de los mosqueteros: "Todos para uno y uno para todos". Un verdadero tributo de energía para esa sociedad que facilitaba una vida individual pletórica de satisfacciones materiales y espirituales. Glitza se ilusionaba con los períodos vacacionales del año, cuatro en total, en compañía de Vernon, gozando de la brisa cálida del mar Nuevo, durmiendo en las casas flotantes de Broqueles, dibujando los perfiles del crepúsculo amazónico y conquistando la medalla del explorador meritorio con las siete aventuras del Monte Blanco. Jamás pensó que la primera misión de Vernon llevara consigo el peligro real de no poder realizar todos esos sueños. Por eso lloraba y deseaba verlo desde el videófono de su casa veraniega. No se sentía con fuerzas para despedirlo en el cosmódromo. Los quince minutos necesarios para que el filme de toda su vida con Vernon se proyectara en su conciencia, pasaron más rápido que nunca. Al final de los mismos, la luz violeta del videófono anunció el inicio de la emisión: "Habla Libia --decía el locutor, mientras las cámaras tomaban el paisaje amarillo de maíz que servía de marco a la imponente nave "Astral" --En estos momentos el cosmonauta Vernon Koste se despide de sus hermanos de La Tierra"--. Vernon hizo un ademán de optimismo y de triunfo con ambas manos, y Glitza creyó ver, no obstante, un par de lágrimas que empañaban el cristal de la escafandra y que reflejaban el dolor de la despedida de un hombre seleccionado para el viaje no precisamente por emotivo. Pero Vernon no la podía ver y parecía resignado a no verla cuando la voz de Glitza le hizo retroceder el movimiento de entrada a la cosmonave. Por el vídeo ella había pedido la comunicación. Ahora podía contemplarla, inmensa, en la pantalla del edificio central y podía escuchar su voz temblorosa decirle: "Vernon querido, te deseo suerte, te esperaré siempre". --Regresaré Glitza, regresaré para casarme contigo" --le contestó. Segundos después de que Glitza le dijera: "Vernon mío: te casarás conmigo", la comunicación se interrumpía para dar paso a la cuenta regresiva en su fase final. Próxima Edición: II Parte. El pulsador neutrínico hacía avanzar la nave "Astral" a velocidades próximas a la de la luz. El capó de cristal platinado estaba completamente dibujado por un enjambre de estrellitas de indefinidas tonalidades cromáticas que superponían al paisaje azabache del infinito una imagen de colorido y belleza..... Enter content here Enter content here Enter content here |
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