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¿Es posible una educación
                     para la paz? 
 Julián de Zubiría   

La inminencia de un acuerdo político con la guerrilla de las Farc nos obliga reconstruir el tejido social desecho por la guerra. Nos exige recuperar la confianza perdida en los otros, que es una condición sine qua non para la convivencia pacífica. Nos obliga a luchar contra  la cultura de que para lograr las metas todo vale en la vida.  

La educación durante un periodo de guerra debe cultivar en los estudiantes la tolerancia y la empatía. Los efectos de la guerra en Colombia no se resolverán creando de manera aislada y desarticulada la Cátedra de la Paz.

    Con un título análogo al de esta columna, Jean Piaget, uno de los más influyentes psicólogos del siglo XX, escribió en 1931 un ensayo sobre el papel que le correspondía a la educación frente a la compleja situación vivida entre las dos guerras mundiales. Su conclusión mantiene la sencillez que suele ser propia de las ideas profundas. 
"Que cada uno, sin abandonar, su punto de vista, y sin tratar de suprimir sus creencias y sus sentimientos, que hacen de él un hombre de carne y hueso, apegado a una porción delimitada y viva del universo, aprenda a situarse en el conjunto de los otros hombres", escribió Piaget. Es decir que la educación durante un periodo de guerra debe cultivar en los estudiantes la tolerancia y la empatía. Sus ideas mantienen total vigencia. En especial para un país como Colombia, que por primera vez en décadas tiene la oportunidad de resolver políticamente el conflicto más largo y cruento del continente americano en el último siglo. Una guerra que ha generado la segunda tasa de desplazados más alta del mundo, sólo superada por Siria,  y un número de desaparecidos que duplica el de la dictadura de Pinochet en Chile. 

 
Aun así, hay un daño más complejo y estructural. Precisamente, el más silencioso: una cultura proclive a resolver con patadas y tiros la diferencia de ideas, argumentos y posiciones ante los inevitables conflictos que cada día produce la vida. La principal causa de muerte en Colombia es la intolerancia, esa incapacidad de reconocer que existen puntos de vista e interpretaciones distintas a las nuestras. Es la incompetencia para aprehender de las diferencias porque olvidamos que la diversidad es la mayor riqueza de la vida. 

Los países en guerra necesariamente conviven con la intolerancia. Esta enfermedad crece de manera exponencial si tres generaciones continuas no hemos tenido un solo día de paz. La intolerancia se vive cada mañana en el tráfico, en las discusiones familiares y políticas, en los estadios deportivos y hasta en las fiestas. El padre suele enviar a su hijo menor al colegio diciéndole que no se deje de los compañeros porque "el mundo es de los vivos" y hasta hemos convertido en mandamiento la frase de "no dar ni perder papaya".