El cruce de caminos de las comunicaciones
primitivas – aquel de juglares portadores de noticias viejas por rutas de postas a lo largo de los caminos de
la edad renacentista, o el eterno andar de los gitanos con su caudal de predicciones cabalísticas- a los
medios de comunicaciones modernas, la Internet y las transmisiones satelitales, se ha cristalizado en el sueño más
grande del hombre: poder viajar en el tiempo, en verdaderos segundos y con transmisión real de la información,
y vivir y morir en el lugar y hora que quiera, muchas vidas, muchas muertes, muchas suertes. La obsesión de vivir aceleradamente; de computadora a computadora,
de celular a celular, de videoconferencia a videoconferencia, opinando, demandando, presentando, abrumando, invadiendo, hurgando,
penetrando, copulando en red con seres sin rostro, es definida así por el poeta norteamericano W.H. Auden: "Los
relojes no pueden dar la hora del día o el momento de rezar y la causa. Porque no tenemos tiempo, hasta que no sepamos
qué tiempo llenar, y sentir, porque el tiempo hoy es otro en donde estar distinto del tiempo que estamos"
Estamos en otro tiempo y por poder estar allí nos estamos
aniquilando. No hay tiempo para estar con nosotros mismos, menos con los demás. Lo que nos estimula, nos agota. Lo
que nos interesa, desaparece antes de que podamos gozarlo de veras. No creemos ya que exista nada capaz de distraernos sin
apurarnos; saltamos de un goce a otro; huimos del dolor, ahogándolo en el "éxtasis". No podemos enfocar
nuestro pensamiento por mucho tiempo en nada ni en nadie; solo podemos ir a brincos, agitados en paroxismos nerviosos, éxtasis
orgásmico incontrolable, sin poder o querer reconocer, muchos menos amar al ser o la "cosa" esa que lo causa.
Estamos llegando al Final. Enceguecidos
por la brevedad del momento en que vivimos. Existimos solamente en la brevedad de un verdadero segundo, y en ese segundo verdadero,
hemos convertido nuestra dinastía de eones, en un mísero parpadear acelerado de nuestra existencia. Habiendo
perdido la capacidad de sentir y degustar por largo, la sangre y la carne de su esencia, Homo Sapiens, se ha convertido en
una pieza de los nueve millones de partes del Directorio del Tiempo. Ha muerto antes de su tiempo, ¡Que Viva Homo Sapiens!
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Voy a Suicidarme ¡ Extasiado¡
"Voy a suicidarme". Iré a París y saltaré de
la Torre Eiffel. Estaré muerto. ¿Saben ustedes una cosa? Si viajo en un avión supersónico, podría
estar muerto tres horas antes, lo cual sería perfecto. O, esperen un minuto. Si con el cambio de hora, puedo estar
vivo por seis horas en Nueva York, pero muerto tres horas en París... podría hacer muchas cosas, y también
estar muerto".Woody Allen
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Estamos en otro tiempo y por poder
estar allí nos estamos aniquilando. No hay tiempo para estar con nosotros mismos, menos con los demás. Lo que
nos estimula, nos agota. Lo que nos interesa, desaparece antes de que podamos gozarlo de veras. No creemos ya que exista nada
capaz de distraernos; saltamos de un goce a otro; huimos del dolor, ahogándolo en el "éxtasis". No
podemos enfocar nuestro pensamiento por mucho tiempo en nada ni en nadie; solo podemos ir a brincos, agitados en paroxismos
nerviosos, éxtasis orgásmico incontrolable, sin poder o querer reconocer, muchos menos amar al ser o la "cosa"
esa que lo causa.
Viajar en el tiempo ha sido la obsesión
del hombre desde su creación. Cuando el primer engendro humano emergió de las cavernas que habitaba, y pudo
contemplar el espacio exterior, aunque enceguecido por el amanecer del mundo, debió sentir la urgente necesidad de
emprender camino de inmediato hacia otro tiempo. Eventualmente lo logró. Primero, con lentitud asombrosa porque el "Tiempo es una deidad tranquila"
según Sófocles. Nos separan eones de aquel tiempo bondadoso suyo; nuestro tiempo no es nada amable. Hoy vivimos
obsesionados contando los segundos, convirtiéndolos en milisegundos, comprimiendo en bits and bytes el trabajo, la
jornada, los placeres, las sensaciones, los planes; cada latido de nuestro corazón, resuena dentro de cápsulas
microscópicas encadenadas a chips inteligentes que determinan el lugar, la hora y el espacio infinitesimal en el que
tenemos que actuar.
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Opina James Cleick en su libro: Caos,
la aceleración de prácticamente todo, obra en donde se explora la actual condición humana, que vivimos--
"en un mundo sincronizado por el reloj atómico**, el tiempo es universal", y en otro aparte de la misma obra,
--."Nuestra existencia está organizada para funcionar con absoluta precisión dentro del último terreno
del tiempo: el verdadero segundo calculado por un reloj atómico que estandariza y maneja el caminar del mundo".
Innegable. La humanidad ha sucumbido
al dominio del Directorio del Tiempo y su Reloj Atómico.* Desde una colina cercana al Río Potomac en Washington,
el reloj controlador del destino del hombre universal, ensambla cada segundo de su tiempo con sus nueve billones de partes
y átomos de cesio. El resultado es el tiempo exacto, el verdadero segundo, por definición, por consenso y decreto
universal.
"Hace cincuenta años"
recuerda nostálgicamente Gernot M. R. Winkler, Administrador del Directorio del Tiempo, " medíamos todo
en décimas de segundos, de día a día". Hoy, dice Winkler: " con más y más aplicaciones
con mayor refinamiento, el reloj atómico, mide nuestro diario quehacer en milisegundos".
Hoy, me permito agregar, el nanosegundo define nuestra posición
en el orbe y nos coloca exactamente en el lugar e instante preciso donde poder actuar, vivir y morir; todo dentro del proceso
de aceleración impuesto por la tecnología controlada por el Directorio. Irremediable destino. Hoy vivimos, amamos, odiamos, procreamos, producimos
toneladas de basura , y morimos, todo en un verdadero segundo de velocidad cósmica. Hoy podemos trasladarnos con absoluta
precisión de reloj atómico, guiados y controlados y perfectamente sincronizados con la hora y el lugar de nuestro
destino. Hoy somos parte de todo hecho que suceda en el cosmos.
**El tiempo Atómico Internacional es un estándar
atómico de alta precisión para medir el tiempo propio de un cuerpo geoide con un reloj atómico. Con la invención
del reloj atómico en 1948, se hizo posible medir el tiempo de manera más precisa e independiente de los movimientos
de la Tierra, a través del conteo de las transiciones del átomo de cesio 133. Los físicos asumieron el
trabajo de los astrónomos de medir el tiempo, y definieron al segundo como el tiempo que necesita el átomo de
cesio 133 para efectuar exactamente 9.192.631.770 transiciones. La elección de 9.192.631.770 se hizo para igualar el
segundo atómico con el segundo medio solar en el año de su introducción. En la actualidad, diversos laboratorios
del mundo tienen relojes de cesio 133. De manera periódica, cada laboratorio le indica al Bureau International de l’Heure
(BIH) de París cuántas veces ha hecho marca su reloj. El BIH promedia estas marcas para producir el Tiempo Atómico
Internacional, lo cual se abrevia como TAI. Así, el TAI es exactamente el número medio de marcas de los relojes
de cesio 133, desde la medianoche del 1 de enero de 1958 (el comienzo del tiempo), dividido entre 9.192.631.770.
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"Es una forma de éxtasis que la revolución
técnica ha otorgado al hombre," exclama el novelista checo Milán Kundera, sugiriendo por éxtasis
un "estado de libertad y de encarcelamiento simultáneos", y, o como define el término la Real Academia
Española: "Estado del alma enteramente embargada por un sentimiento de admiración, alegría... caracterizado
por cierta unión mística con Dios, mediante la contemplación y el amor; y por la suspensión del
ejercicio de los sentidos".
¡Vaya
Éxtasis! En el instante en que llegaron a nuestro cerebro todos los "gadgets" de la tecnología del
siglo XXI. Desde el transistor, para no ir más atrás, hasta el celular y todos los artefactos de comunicaciones
entre uno y otro, la transmisión de información, en tiempo real, ha vuelto nuestras vidas demasiado complejas,
caóticas y sin sentido aparente, pero sincronizado para existir en un estado de tiempo presente perpetuo. Dentro de esa perpetuidad, vivimos en eterna sucesión de
imágenes visuales, "reality shows", todo el acontecer humano, "sucede, está sucediendo, sucedió",
y todo lo que deseamos, hasta morir, "está llegando, llegó, se fue". Bajo dichas circunstancias, hemos
perdido la habilidad de poder reflexionar antes de ejecutar, y todo lo que hace el tiempo amable y degustable, se ha convertido
en insípida moción perpetua. Peor aún. La aceleración de nuestro paso por la vida, ha reducido
a iones nuestra capacidad de sentir y alargado cuantitativamente el fantasma del miedo. Estamos miedosos de sentir para no
sufrir. Así, al
perder o ver reducida nuestra capacidad de sentir, hemos perdido nuestra razón de Ser. Hoy, nos acostamos, dormimos,
nos levantamos, desayunamos y corremos a todas partes y parece que no llegamos a ninguna parte; hoy, hablamos, pensamos, actuamos
y morimos, sin darle tiempo al tiempo de sentir. Nos protege la velocidad de ocurrencia de los hechos, sobretodo los horrendos, que afectan la condición
humana; es precisamente la velocidad misma, y la rapidez con que conocemos todo lo que sucede, en el instante mismo de sucederse,
la causa por la que estamos anestesiados y aparentemente "curados" del "shock and awe" de la tragedia
humana. Nuestras vidas mili segundarias se mueven en pavorosa aceleración atómica hacia el hueco negro donde
todo y nada existe, poseídas de "quickies", irremediablemente abismales.
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El sexo es quizá el mayor de los escapes que
utiliza el ser humano para sobrevivir el tiempo actual; debe ser instantáneo y de gran envergadura y no requiere amar
para lograrlo; cuando no se puede sin artificios, forzamos el acto con Viagra. La vida debe dar gratificaciones instantáneas,
sin tener que pensar mucho. El celular debe estar ON, veinticuatro horas, debajo de la almohada, tercero en disputa en el
lecho otrora de dos. La TV debe estar programada para iniciarse al amanecer con "Buenos Días, Mundo". La
prensa debe amanecer suspendida de la perilla de la puerta; hay que leerla en sintonía con el noticiero matutino para
corroborar las noticias impresas; la muerte diaria anunciada con impacto sonoro en todo noticiero: el último atropello
y escapada en la autopista que recorreremos en minutos para llegar al trabajo, etc.etc. -- nada de eso puede afectarnos; tampoco
debe afectarnos la muerte en tiempo real, de uno, o diez, o cien, o cien mil seres, en un instante, ante nuestros propios
ojos. }Y, ¿qué de la muerte,
el magnicidio, la sentencia cumplida públicamente, en tiempo real? Ante nuestros ojos, secos de pavor, murieron los
hermanos Kennedy, Martin Luther King, Malcom X. Carlos Galán, la última esperanza de tener un hombre honesto
en la presidencia, cayó fulminado frente a las cámaras, una promesa irrepetible en la historia de la nación
colombiana; en tiempo real, abalearon a Juan Pablo de Roma; en tiempo real, se desplomaron las Torres Gemelas. En tiempo real,
cayó Kabul, Monrovia.Damasco.Mosul, Alapo- En verdaderos segundos, nace y muere el hombre actual. Muere sin sentir
la muerte, y deja de existir, en tiempo real.
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