LOCUS AMOENUS En
décimas quiere hablarme a la sombra... junto al río. ¿Será
su verso el rocío con que viene a acariciarme? Y si después de besarme, un temblor siento en mi risa, abandonaré la prisa, excitaré mi desvelo, hasta desnudar el pelo para que pase la brisa. El frenesí del
amor se echó
la décima a cuestas: sol
retorcido en las crestas, cascabel
en el dolor, torrente
que en su furor no
concibe sensatez. Distraigo
la lucidez, busco en
sus noches mi Luna, sueño
que en brazos acuna la
porfía de mi tez. Este loco navegar hacia su vida. El aliento que expando en boca del viento... Día y noche despertar con nuevas ansias de amar... Este vicio atolondrado de siempre estar a su lado... Este afán de hacerlo mío y de colmar su vacío, ¿es pureza o es pecado? Por él crezco
cada día en
mi cuerpo, zarza ardiente; por
él se colma la fuente: el
néctar de la alegría, espíritu, epifanía. Por él vivo la aventura y desbrozo la espesura para en sus brazos nacer y entre sus piernas crecer calada por la ternura. A hurtadillas robo el hilo de donde cuelgan sus horas, y entretejo las auroras de un ruiseñor intranquilo. Su reloj es mi sigilo, el tiempo punza tras él; se fatiga el carretel, Venus soy frente al espejo, desnuda: es mi reflejo, quimera en un anaquel. ¿Magdalena
se desviste y acepta
la penitencia? ¿Pecar
acaso es demencia o
simplemente es alpiste? Cuando
la tarde está triste, ¿por
qué lo busco en el cielo? ¿A
quién le importa su vuelo más
que a mí? ¡Corro a buscarlo! Son estas ansias de amarlo las que alimentan mi anhelo.
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II Lo
vi salir del Parnaso. ¡Qué
de versos en su boca! Lo
apetecí como loca y
lo esperé sin retraso a las puertas del ocaso. Supe entonces de locura: sus brazos a mi cintura y a mi espalda se aferraron, sus ojos me acariciaron con una mirada impura. En
el jardín: la manzana... ¿Será prudente morderla? Y... ¿por qué voy a perderla si la saliva me emana desde la casta Susana? Desabotona
mi blusa, un
ave pasa y su musa besa
despacio mi vientre; su
lengua dejo que entre como Mesalina intrusa. ¡Te invoco, Santa Teresa! El éxtasis de mi entraña es su dardo quien lo baña con gemidos
de frambuesa. Como
Náyade traviesa subo
al Edén, y en el trono a horcajadas lo corono: sus ojos me desagravian cuando las caderas rabian y sus labios aprisiono. ¿Escuchas
la sinfonía? ¡Beethoven! Mi cuerpo es piano. Cuando lo toca su mano el mar es una utopía. De mito y hechicería tatuado llevo el aroma, y cuando el aullido asoma y luz soy del Paraíso, a Dios le pido permiso y me convierto en paloma.
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