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Olga Lydia Martínez Robaima

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Olga Lydia Martínez Robaima

Bienvenida 
a la Paz para nuestro tiempo y el tiempo
de nuestros hijos 
y los hijos de sus hijos  a través del cultivode las Bellas
Artes en los jardines de su mente y sus corazones
 
 



Olga Lidia Martínez Robaina (Guanajay, Artemisa, Cuba, 1968). Ingeniera Astrónomo-Geodesta,
y Artistas de Cuba (UNEAC). Miembro del grupo Ala Décima y de Escritores Rurales. Ha obtenido premios
y menciones en eventos nacionales e internacionales. Tiene publicado el libro de poesía infantil Palmeras
en la Luna (Editorial Unicornio, Artemisa, 2020). Textos suyos aparecen en diferentes publicaciones
nacionales y extranjeras.Master en Geodesia Aplicada. Escritora, guionista y narradora oral.
Miembro de la Unión de Escritores


 


SALTAR AL VACÍO

Atravesaré el cielo, y en las aguas rojas de tus venas
morderé el cansancio y la lujuria.
Entre tanto silencio, emerges con mi luz.
Muerdo el agua y el sudor cubre la piel con que te beso.
Araño un suelo fértil y retoño en tus entrañas.
No demorarán
el llanto, ni la lluvia.
No atrasaré los relojes.
Quiero ser el tiempo en tu garganta ahora.
Se desbordan los mares por donde has de llegar:
vuelto sueño.
Vuelto ángel. Vuelto pez.
Una golondrina no volará en un cielo verde.
Descorre las cortinas para el salto.
Allí donde los gemidos se interceptan, estoy.

 

EL FINAL

Queriéndolo o no, es el final.
Un juicio puede convertir el mar en espinas.
Soy Náyade,
y encerrarme dentro de una lata de sardinas,
puede ser contraproducente.

Me descuartizan.

Desconocen el color del pecho
y tienen
poco dominio del crepúsculo.
No todos pueden mirar al Sol.
Arremeten...
Sola yo
y la silla.
Sola yo
y mis sueños.
Sola yo
y mi llanto.
Sola yo
y esas malditas voces en mi cabeza.
Una voz se levanta por encima de todas.
Asusta.
Sola yo y mi mundo
Sola yo bajo la piel del diablo.
Sola.
Sola.
Sola.
La silla
y yo en medio
del encierro.
Desde una silla
pude ver el cielo
mientras me acusaban.
Desde una silla
pude ver la luz.
Desde una silla
sentí el látigo una y otra vez sobre mis ojos.
Sobre mi piel.
Sobre el cansancio.
 
No se termina.
Mis pies se cansan,
mi cuerpo gime.
 

No hay...
No hay...
No hay...
No hay...

Y ellos siguen arremetiendo.
¡Silencio!
¡Silencio!
¡Silencio!
¡Callen ahora!
¿No se percatan del dolor?

¡Qué te duela!
¡Qué te jodas!
Acaba de entender que no lo sabes todo...
¿Alguien lo sabe?
Puedes irte dijo
y yo salí.
sola
sola
sola
hasta ver la calle y
sentir la brisa.
No se termina aún:
necesito el pan
y por el pan...
hay diablos que criar.

 

LOCUS AMOENUS
 
En décimas quiere hablarme
a la sombra... junto al río.
¿Será su verso el rocío
con que viene a acariciarme?
 
Y si después de besarme,
un temblor siento en mi risa,
abandonaré la prisa,
excitaré mi desvelo,
hasta desnudar el pelo
para que pase la brisa.
 
El frenesí del amor
se echó la décima a cuestas:
sol retorcido en las crestas,
cascabel en el dolor,
torrente que en su furor
no concibe sensatez.
Distraigo la lucidez,
busco en sus noches mi Luna,
sueño que en brazos acuna
la porfía de mi tez.
 
Este loco navegar
hacia su vida. El aliento
que expando en boca del viento...
Día y noche despertar
con nuevas ansias de amar...
Este vicio atolondrado
de siempre estar a su lado...
Este afán de hacerlo mío
y de colmar su vacío,
¿es pureza o es pecado?
 
Por él crezco cada día
en mi cuerpo, zarza ardiente;
por él se colma la fuente:
el néctar de la alegría,
espíritu, epifanía.
Por él vivo la aventura
y desbrozo la espesura
para en sus brazos nacer
y entre sus piernas crecer
calada por la ternura.
 
A hurtadillas robo el hilo
de donde cuelgan sus horas,
y entretejo las auroras
de un ruiseñor intranquilo.
Su reloj es mi sigilo,
el tiempo punza tras él;
se fatiga el carretel,
Venus soy frente al espejo,
desnuda: es mi reflejo,
quimera en un anaquel.
 
¿Magdalena se desviste
y acepta la penitencia?
¿Pecar acaso es demencia
o simplemente es alpiste?
Cuando la tarde está triste,
¿por qué lo busco en el cielo?
¿A quién le importa su vuelo
más que a mí? ¡Corro a buscarlo!
Son estas ansias de amarlo
las que alimentan mi anhelo.

 

 



II
 
Lo vi salir del Parnaso.
¡Qué de versos en su boca!
Lo apetecí como loca
y lo esperé sin retraso
a las puertas del ocaso.
 
Supe entonces de locura:
sus brazos a mi cintura
y a mi espalda se aferraron,
sus ojos me acariciaron
con una mirada impura.
 
En el jardín: la manzana...
¿Será prudente morderla?
Y... ¿por qué voy a perderla
si la saliva me emana
desde la casta Susana?
 
Desabotona mi blusa,
un ave pasa y su musa
besa despacio mi vientre;
su lengua dejo que entre
como Mesalina intrusa.
 
¡Te invoco, Santa Teresa!
El éxtasis de mi entraña
es su dardo quien lo baña
con gemidos de frambuesa.
Como Náyade traviesa
subo al Edén, y en el trono
a horcajadas lo corono:
sus ojos me desagravian
cuando las caderas rabian
y sus labios aprisiono.
 
¿Escuchas la sinfonía?
 
¡Beethoven! Mi cuerpo es piano.
Cuando lo toca su mano
el mar es una utopía.
De mito y hechicería
tatuado llevo el aroma,
y cuando el aullido asoma
y luz soy del Paraíso,
a Dios le pido permiso
y me convierto en paloma.

 

TE AMO

 

...en esta soledad
de grillos y silencio.
En este
ronquido lejano
de mamá
y el ruido
de cada tecla al marcar.
En este cansancio donde
dejo caer mi sueño
en una almohada
que pesa en mi cabeza.
En esta soledad
sin rostro
aún
me falta tu luz.

 


 
EL ÁNGEL
 
El ángel sigue solo. Acurrucado entre los árboles,
en el bosque casi azul, casi mustio.
Inmóvil. De espaldas. Sus alas, presas. El cielo, lejos.
Y no hay ramas que se estiren para salvarlo.
Los gigantes siguen rodeando su pequeño cuerpo desnudo.
Duele la mirada.
El miedo no consigue ver el susto.
No sabe distinguir entre un bosque azul y uno auténtico,
donde pueda posarse un pajarillo.

 


LA INVASIÓN
 
Esta tarde, antes de que llegaran las palomas, me eché desnuda justo
en el sitio donde no alcanza el alimento. 
Miré al cielo, las dejé acercarse. Al principio, fue suave, pero después
en una especie de ataque,
se abalanzaron sobre mí, y tanto picotearon y hurgaron,
que solo dejaron mis ojos sangrantes,
pero aún vivos, para verlas levantar el vuelo.

 

MADRE

La triste soledad de tu mirada
ve caer una flor en tus arrugas,
y se me va el color, y te me fugas
por la grieta del día, acorralada.
 
Mas... se me vuelve la distancia espada
cuando no hay mariposas, solo orugas.
Entre tanto, tus lágrimas enjugas,
y esperas el milagro de algún hada.
 
¿No escuchas, madre, cómo canta el río?
¿Cómo las aves trinan con más brío
y la orquídea del patio reverdece?
 
A tus recuerdos, madre, dales alas,
regálate la infancia. Pon bengalas,
y verás que el dolor desaparece.

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