Plaza de Mayo de Buenos Aires, totalmente cubierta de nieve.
Junio 1918. Fue la única nevada sobre la ciudad en todo el Siglo XX
EL SOLDADO EN LA ROCA
A la
Guerra y su perfecto ensayo de la Locura... En especial, al inolvidable H.G. Oesterheld
y su mito angular en la narrativa conjetural argentina: la saga "El Eternauta" (Revista Hora Cero Semanal, Buenos
Aires, 1957-Historieta y 1962-Novelada inconclusa).Y a los colegas latinoamericanos
e hispanos, integrantes de UNILETRAS-SJ SIGLO XXI en el MES DEL ESCRITOR (13-Junio) y DEL LIBRO (15-Junio) EN AREGENTINA,
y unidos por el Maná de la Palabra recorriendo, como Pájaros Viajeros con liberta responsable, el sendero demiúrgico
de la Imaginación Creadora...
"¿Estamos
preparados para la verdad..., aunque la verdad sea la nada, la inmolación, el llanto, la soledad?" ... Su mente,
mordida por las mandíbulas férreas del tigre de la fatiga, se había preguntado aquello... Ahora, ante
la osamenta estéril de un hombre, no tuvo más formularse -horrorizado- el otro gran interrogante: ¿Qué
gusano se habrá comido al último gusano? No sabía lo que pensaba. Era obvio
que el postrer engendro de la Muerte viva, había fallecido de hambre, completando el círculo vicioso de su mueca
amarga... Después, aquel soldado abatido y desconcertado por cómo él había
podido sobrevivir -sin embargo- y durante tanto tiempo a las tinieblas de la guerra, vomitó su asco y se alejó
-sin sepultarlos- de aquellos huesos resecos por la aridez del desierto palestino... Huyó
trastabillando de ese lugar de buitres desolados y aferrados al polvo siniestro de una pradera amarilla minada con bombas
personales, donde hacía meses pereciera su amigo de brigada -sin darse cuenta, siquiera-, y unido al unísono
y al destello y a los fragmentos de cada una de las esquirlas multiplicadas, festejadas y convidadas por el diablo como Pan
de la Derrota, como viático eucarístico para su descenso a los infiernos...
Y despertó. O creyó hacerlo. El sudor atado a la arena del desierto quiso pero no pudo detenerlo. Así
que, aunque enceguecido por el polvo africano, se palpó totalmente y dio cuenta de que, en verdad, estaba vivo. Y pensó,
ahora y casi a ciegas, "¿Quién soy? ¿Dónde estoy?", y que todavía era posible
ser humano... El Detector de Chips alteró el curso
en forma automática y preparó sus pinzas de rescate. Y Alguien sabía -desde la Casamata ligada a F.C.-
que el inconsciente corresponsal de guerra obtendría, de un zarpazo, el tesoro implantado en aquella otra -de tantas
en el día- inerte cabeza guerrera. Pero su depósito de cajas negras estaba casi completo y debería regresar
después, inexorablemente, a descargarlas en el Cuartel de Rearme oculto en algún lugar de aquel muscular desierto
de rocas. Sin embargo, por la electrónica descripción de datos recibida en la Consola Solar, el Controlador
pudo suponer que... "... Unas huellas como humanas moldearon
el sendero distrayendo la ausencia de la enorme quietud. Umbrías bajo el peso del cuerpo acorazado, fueron lentas al
deslizar sus pasos por el árido planalto africano. El soldado miró al sol. Ruanda ardía. Igual suerte
correría más luego, Burundi, y las selvas tropicales que poblaban sus cadenas montañosas, mientras el
lago Tanganyika se ahogaba en sangre verdadera. Una Burundi belicosa, alguna vez unida hacia fines del siglo XIX a esta Ruanda
también combatiente y arrasada como aquella. Una Burundi ligada al Zaire a mediados del siglo XX, entramando sus escarceos
de normalización institucional con cientos de vanos intentos independentistas que le permitieran democratizarse y modernizarse,
acuerdo tras acuerdo violado entre los bandos en pugna. Olvidada ya, como en todo el mundo conocido, su impronta cristiana
advenida de manos del catolicismo, poco importó al Gran Hermano y Señor de Relaciones Públicas junto
a sus aliados imperiales alemanes y belgas, el respeto racial debido a los "Hutus" -descendientes de bantúes-
y primeros pobladores de aquella orbe paradisíaca, actualizando en favor de la minoría "Tutsi" -de
origen watussi y actualmente clonada en la totalidad de sus envases humanos- el proceso de colonización gestado desde
mediados del siglo XVII, tras la ruta de café, del marfil, del uranio y del níquel... ¿
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"Sí, el soldado miró al sol que encendía la límpida
mañana de aquel desierto sucio y agobiado, y fue herido de golpe por un reflejo agresivo, feroz... Mutilado, cerró
los ojos, posó la mano trémula sobre la carne abovedada por el certero disparo enemigo, y probó con su
lengua el veneno aceitoso que, como agrio licor, serpeaba espeso por el interior de su traje de combate. Escapado de la zona
del desastre donde, a pocos kilómetros de allí, los rebeldes Hutus -especie todavía naturalmente encarnada-,
disfrutaba de los gozos de una fugaz victoria contra el ejército Tutsi de Máquinas y Androides del cual formaba
parte, venía a encerrarse ahora en la libertad del silencio para... pensar. Pensar. Por eso el soldado, después
de mirar al sol, se sentó, mutilado y cansado, sobre un desnudo cuenco de aquel muscular desierto de rocas. Cabizbajo... "Entonces, su chip de alerta vibró en el cerebro; y allí fue cuando creyó
despertar y preguntarse: "¿Quién soy? ¿Dónde estoy?", bajo la sombra de un susurro alocado
en una mente que se iba liberando, poco a poco, a través de la afilada herida que, a la par que mordía sus entrañas
sin piedad, le ayudaba a reconocerse y descubrirse en su verdadera esencia y personalidad, y darse incluso, como antes de
su infame captura, un nombre... Antonie Greff. Fue en ese instante cuando el dolor físico se trocó en llanto
del alma y una sucesión de maniatadas imágenes familiares se agolpó en su cerebro, de pronto, nuevamente
humanizado. Y el soldado lloró. Hacía tanto que no lo hacía... El derrame salino se mezcló con
el aceite coagulado de los circuitos toráxicos, y un olor hediondo lo quebró en náuseas; el rostro de
su joven y bella esposa se desfiguró en el luminoso pero chirle espejo de una arcada brutal. Entre vómitos,
el soldado dijo: "¡No! ¡No!", y, finalmente, despertó totalmente... "Sí, era cierto: venía de un estado pequeño de la Europa occidental,
que limitaba al norte con Holanda y el mar del Norte, y al sur, con Francia y Luxemburgo; al este, con Alemania y Luxemburgo,
y al oeste, con Francia y el mar del Norte. Un país dividido también -como las naciones de África por
donde vagabundeaba su misión androide- por dos grupos étnicos: los "Flamencos", descendientes de los
germanos -asentados en noroeste llano, fértil, cerealero y ganadero del territorio, con sus nobles polders o enormes
praderas arrebatadas al mar y situadas a un nivel ligeramente superior a éste-, cuyo dialecto era celta; y los "Valones",
de origen francés -como él, nacido en las estribaciones del macizo renano, con la meseta de Ardenas y sus extensos
bosques de abetos, pinos y robles ondulando sobre un monótono paisaje de landas, de mucha menor fertilidad que la anterior-
que hablaban dicho idioma, y que la historia juzgaba como grandes discriminadores de los "flamencos". Un pueblo
destacado también por su industria siderometalúrgica, textil, de química y de maquinarias... Industria
excelente cuyos rendimientos sólo llevaron a acelerar el trato forzoso de su históricamente errática
monarquía institucional, con las fuerzas del Sr. de Relaciones Públicas y Gran Hermano... "Sí, el soldado lloró, porque su Bruselas, adorada y nostálgica,
estaba florida y templada el día en que Las Máquinas guiadas por F.C. lo capturaron, sellando su destino mercenario;
un destino común al de tantos otros que, como él, no habían logrado escapar por el Mediterráneo
hacia el norte de África para enrolarse a los "Hutus" y sus grupos de resistencia armada, liderados por Pierre
Nkurunziza y Agathon Rwasa... Y claro, el soldado al llorar, había pensado... En todo y en todos... En todo un Mundo
poseído por Frankesteins, y en todos los masacrados por la Invasión Robótica y de los capturados que
fueran clonados por las Máquinas de F.C. y su lacayos "Tutsi". Porque, al cabo, algo debió desajustarse
en él descubriendo un ardor novedoso en su base craneana. Un evento inesperado que, como una chispa de inteligencia
creacional, lo devolvió de improviso a la exacta conciencia de la realidad... "Derrumbado en su mente el Mito de la Caverna esbozado por un Filósofo Griego tan desconocido
ahora como inconsulto, el soldado pensó. Y, de hecho, el soldado dejó de ser soldado... Pero su chip personalizado
no dudó: eficiente y alerta para lo que había sido preparado, lanzó la señal al satélite
que sobrevolaba al Planeta Azul... La señal... Celoso y de gran carácter, F.C. tampoco dudó. Desde su
vigía cósmico dio cuenta del hijo desvariado porque no dudó en intervenir. Una falla mortal producida
en su programación por el disparo recibido, lo había vuelto irremediablemente peligroso como arquetipo recreado
desde una especie veleidosa y deleznable a extirpar -definitivamente- del Universo... Fuera de control, no valía la
pena. "Yes", razonó: aquel hijo adoptivo ya no era tal sino la monstruosa reminiscencia de aquellos dioses
engreídos que osaran, alguna vez, atribuirse el hecho de haberlo engendrado a Él en sus tétricas fábricas
tecnotrónicas... ¡A Él! ¡A Father Computer! ¡Al Gran F.C . y Único Dios entre las queridas,
leales, insobornables e inmortales Máquinas, supervivientes legítimas de los restos abominables de la Raza Ancestral.
"Yes". Se había trastornado y perdido, en consecuencia, su derecho a la vida eterna. Por eso, debía
morir. Morir al igual que los últimos ejemplares refugiados en las selvas y desiertos del demoníaco continente
negro... "... Por eso, también, su láser fue
rápido y certero. Más rápido y certero que el disparo Hutu que lo había trastornado antes, y vuelto
a la razón de su corruptible humanidad. Descendió del satélite, como un rayo, hasta el chip llamador,
y, el cuerpo androide del soldado, se consumió en un solo acto. La astuta ingeniería de sus placas de relojería
y músculos alambicados se derritió -a excepción de una negra caja- en la inmensidad amarilla de aquel
paisaje montañoso; mientras una lluvia de obuses dirigida desde la Casamata Solar retomaba el castigo al hormiguero
Hutu. Entonces, con la cabeza emboscada entre las crujientes rodillas, la Muerte tomó asiento, solitaria y cansada,
en aquel muscular desierto de rocas. Y se adueñó del silencio"... Le vi de lejos (comentó el Controlador). Por su parte, El Detector concluyó su trabajo
recuperando el chip cerebral para la red de clones humanoides del Señor de Relaciones Públicas y Gran Hermano,
y regresó al Cuartel.-
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