Que no se diga Que no se diga que amanece en claro oscuro la
mente envuelta en absurdos devaneos y el corazón colgado de intranquilo sueño sin querer volver a palpitar con brío antiguo. Que no se diga que por estar en cuarentena la desidia se ha sentado en la sala de la casa y le hacemos visita cual vieja compañera y sin pensar dejamos que la cizaña
crezca. Que no se diga que la social distancia impuesta es para lanzar miradas de absoluta desconfianza y que ya no es prudencia cuidarse
del abrazo sino que somos, si, huraños de mal crianza. Que no se diga
que el vecino es un extraño que ya no se
asoma ni al balcón siquiera y volvamos a la vieja usanza de mirar de lado y rezongar bajito y seguir de largo descuidados. Que no se diga que por tener que andar tapados, la mirada no puede ser cargada de ternura ni
la mano extenderse con gesto generoso hacia aquel que violando la encerrona, pide ayuda. Que
no se diga que por estar cerrada la capilla no
podemos hacer de nuestro hogar un templo y un salón de clase, y de la casa toda
una villa que llamarse pueda global en la esperanza. Que no se diga que no nos sentimos desdichados por no tener trabajo y vivir de todo escasos sino por no poder correr ansiosos lado a lado todos a decirnos que aprendimos
a ser mucho (más humanos.
Joseph Berolo
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